Al comenzar otro año, pienso que todos tenemos esperanza de que este sea un buen año que pueda incluir oportunidades de trabajo, mudarse a un nuevo hogar, vacaciones con familiares y amigos, o quizás un nuevo bebé o matrimonio en la familia. Por supuesto, cada año trae generalmente algunas noticias tristes por el camino, pero habitualmente es algo que podemos aceptar y seguir adelante con la vida.
Uno de los roles más importantes que podemos desempeñar como miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl es a través de nuestra relación interpersonal con nuestros vecinos necesitados, donde sea que los encontremos. Las visitas domiciliarias, que muchos de nuestros miembros hacen, son probablemente la forma más directa y afectiva que tenemos de participar en este contacto personal, tanto con aquellos que visitamos como (a través de ellos) con Jesucristo.
Hace poco, en un día que hice cuatro visitas domiciliarias con mi pareja, pude ver dos puntos de vista muy diferentes sobre lo que este año puede tener para nosotros. Visitamos a personas con algunos problemas de salud crónicos, que no les permiten siquiera plantearse buscar un trabajo. Esto no es para mencionar la obligación que aún tienen para con su familia y sus hijos, así como perseverar en sus esfuerzos para que su enfermedad sea aprobada como una discapacidad, proporcionando así una mayor cantidad de apoyo financiero. La desesperación que encontré y escuché fue triste de oir y frustrante, ya que no podía hacer mucho para ayudarlos más allá de la ayuda alimentaria inmediata.
Sin embargo, en medio de tal desesperación encontré esperanza al ver la determinación de continuar con el proceso burocrático en busca de un mayor apoyo financiero. Encontré esperanza al escuchar la fe que una mujer tenía en que las cosas iban a mejorar. Me pregunto si todavía sería yo capaz de creer si enfrentase la misma situación que ella.
También estaba el placer de hablar con un hijo adolescente de una familia que estaba tan entusiasmado por ir a la escuela secundaria y participar en diversas actividades deportivas de la escuela. ¡Esto a pesar del hecho de que compartía su pequeño piso de alquiler con sus padres y otros cinco hijos! Mi esperanza entre tanta desesperación es que yo y mis compañeros vicentinos podamos seguir ayudando a estas familias y, de alguna manera, hacerles saber que alguien se preocupa por ellos y espera que su futuro sea más luminoso. Que Dios nos bendiga a todos.
Sobre el autor:
Jim Paddon vive en London, Ontario, Canadá y es ex-presidente del Consejo Regional de Ontario de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Actualmente es presidente del Comité Nacional de Justicia Social de la Sociedad en Canadá. Está casado con su querida esposa Pat y tienen seis hijas y once nietos. Jim ha sido miembro de la Sociedad desde los años 70.
Las opiniones expresadas son las opiniones del autor y no representan oficialmente las de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
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