«Maranatha» es una palabra aramea asociada con la Navidad y el tiempo de Adviento. Cuando se divide esta palabra de una manera, «marana tha», significa «Oh Señor, ven» y proclama el deseo de llegada o regreso temprano de el Señor. Cuando se divide la palabra de otra manera, «maran atha», significa «el Señor ha venido» y es una afirmación del credo (probablemente hayas escuchado la palabra pronunciada de las dos maneras). Ambos sentidos de la palabra tienen importancia y enfatizan los Tiempos Litúrgicos. En Navidad, celebramos, en particular, su presencia. Tal vez, también escuchamos el recordatorio de nuestra necesidad de acercarnos al Señor, que se ha encarnado entre nosotros.
En estos días de Navidad, las Escrituras y nuestra liturgia nos presentan diversas personas que se acercan a ver al niño Jesús. Varios factores los atraen a él. Los magos se acercarán debido al movimiento de una estrella, siguiéndola hasta donde se encuentra la Sagrada Familia. Los pastores se acercarán por una visión de los ángeles que les dicen dónde encontrar a «un bebé envuelto en pañales y tendido en un pesebre». En los próximos días, podremos escuchar a la anciana Ana, representante de la tradición profética de Israel, que se acerca a Jesús, pues nunca abandonó el Templo, sino que siempre se la podía encontrar allí, adorando con ayuno y oración. Simeón, otro representante de Israel fiel, hará una aparición en el Templo debido a la seguridad de que él verá el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a su pueblo. Cuando ve a Jesús, proclama lo que hemos venido a llamar «Nunc dimittis», una oración que indica que está dispuesto a morir porque ha sido testigo de que la luz de la salvación ha llegado a Israel.
A cada una de estas personas le atraen diferentes razones al recién nacido Jesús. Todos ellos encuentran en él algo que han esperado y buscado. En estos días de Navidad, la invitación a acercarse al Señor se extiende a nosotros. Podemos encontrar en él el foco de nuestra esperanza y nuestras posibilidades, pero debemos tomarnos en serio la llamada. Debemos encontrar nuestro camino hacia aquél que vino a abrir nuestros ojos y oídos, pero especialmente nuestros corazones. Es posible que no nos guiemos por la dirección de los ángeles o el movimiento de una estrella, aunque quién sabe qué forma pueden adoptar estas guías en la vida de cada uno de nosotros. Quizás nuestro camino sea más parecido al de Ana y Simeón, quienes se encuentran con el Señor a través de su fidelidad a su lugar de adoración y la confianza en las promesas que se escuchan allí.
O, quizás, podemos acercarnos más al Señor reconociendo la bendición de una familia y la vida que nace en aquel lugar santo. O, quizás, podemos reconocerlo en las chozas de los pobres que no pueden encontrar refugio en un lugar mejor, o en los sufrimientos de los inocentes cuyas vidas son tomadas sin preocupación, o en los inmigrantes y refugiados que deben huir de sus países de origen. Todos estos también forman parte de nuestras Escrituras y nuestras historias litúrgicas. También se puede discernir la presencia del Señor en estos lugares, pero debemos estar listos para buscar y encontrar. Es una invitación natural para un miembro de la Familia Vicenciana. Maranatha.
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