Jesús es la salvación de Dios en persona. Y veremos y recibiremos la salvación de Dios solo si nos convertimos y nos renovamos personalmente.
Viene la palabra de Dios sobre Juan. Esto, junto con la referencia a la historia contemporánea, da a entender que él es profeta. Está al mismo nivel que los profetas anteriores. Pues vino sobre cada uno de éstos personalmente la palabra de Dios (Is. 38, 4; Jer 1, 2; Ez 1, 3; Os 1, 1; Joel 1, 1; Miq 1, 1; Sof 1, 1; Ag 2, 10; Zac 1, 1).
Como profeta, Juan predica en el desierto un bautismo de conversión para perdón de pecados. Y su predicación es el cumplimiento del oráculo profético en Is 40, 3-5. Es decir, la razón de ser del Bautista es preparar a la gente. La dispone para que vea y reciba a Jesús, la salvación de Dios en persona.
¿Cómo responder personalmente a la voz del que grita en el desierto?
La pregunta corresponde al Evangelio para el próximo domingo. En el Evangelio de hoy, sin embargo, Juan nos exhorta simplemente a convertirnos en sendas derechas y caminos llanos. Nos pide él además que preparemos en nuestros corazones un camino para la Palabra de Dios que ha de venir (cf preces, Laudes, martes de la Semana I de Adviento). Nos manda también el Bautista que abajemos los montes y las colinas de nuestro orgullo y levantemos los valles de nuestros desánimos y de nuestras cobardías. Quiere que todos, no solo unos cuantos, vean personalmente la salvación de Dios.
Juan dirige nuestra atención a la Palabra de Dios, a Jesús, que viene para hacer historia de manera definitiva. Y los dirigentes como Tiberio César, Poncio Pilato, Herodes, Filipo y Lisanio son ineptos para el orden nuevo que Jesús está por introducir. Tampoco habrá lugar para los sacerdotes que ofrecen sacrificos en Jerusalén y en el Monte Gerizim.
Es que en el orden nuevo no se tratará de ser servido, sino de servir personalmente. Se tratará asimismo de dar uno la vida en rescate por los demás, y como culto en Espíritu y verdad. Todo esto quiere decir, desde luego, que la única realeza y el único sacerdocio que valdrán serán la realeza y el sacerdocio de Jesús.
Así que la pregunta que surge ahora es ésta: ¿Estamos listos nosotros para la nueva creación y la realeza y el sacerdocio universales? Dios está por restaurarnos con gloria, como llevados en carroza real. Tenemos que llegar al día de Cristo limpios, irreprochables y justos.
Señor Jesús, haz que, como san Vicente de Paúl, te reconozcamos a ti en los pobres (SV.ES XI:725). Que te contemplemos y te sirvamos personalmente en la persona de los pobres, y un día nos unamos a ti y a ellos en tu reino.
9 Diciembre 2018
Domingo 2º de Adviento (C)
Bar 5, 1-9; Fil 1, 4-6. 8-11; Lc 3, 1-6
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