Is 11, 1-10; Salmo 71; Lc 10, 21-24.
“Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven”
Se vale soñar. Isaías lo hace a lo grande. No es un iluso, es un soñador. Lo que el profeta ve en lontananza no puede expresarse con nuestras pobres palabras. De ahí esas frases tan llamativas: “Habitará el lobo con el cordero…” Es la viva imagen de la paz, de la convivencia fraterna, del paraíso, pues. Lo que para Isaías era un sueño aún lejano, para los apóstoles es una realidad. Tienen ante sí a Jesús, “dador y consumador de nuestra fe”, “nuestra paz”.
Jesús se llena de gozo por la predilección del Padre por los pequeñosysencillos, los ‘limpios decorazón’, porque ellos verán lo que les ha sido negado a los entendidos y autosuficientes de este mundo.
Cristo nos ha recordado nuestra condición filial, como solo el Hijo nos lo puede revelar. Ya nadie puede pretender haber vivido la experiencia cristiana sin una experiencia de
Dios en cuanto Padre. Cuando decimos la oración del Padrenuestro lo debemos recibir como la revelación que nos hace el Hijo, Jesús, sobre el Padre.
La utopía profética en la que el lobo habitará con el cordero, es decir de un mundo reconciliado, no es propiamente de Isaías; es la utopía de Dios, el sueño de Dios. Ese sueño de Dios que a Cristo le hace sonreír y exultar de gozo, porque para eso ha venido: para hacer realidad el sueño del Padre.
Y qué gozo también, el de Jesús, al encontrarse con los sencillos. Es semejante al del sembrador que encuentra por fin una parcela de tierra buena.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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