El Grito de los pobres, el grito por la vida frente al grito por una nueva manera de ser Iglesia. Esta no es una visión oficial, ni pretende serlo, del acontecimiento celebrado en Medellín este agosto pasado. Es una reflexión personal, fruto de mi propia experiencia.
En Medellín asumimos el grito de los pobres, el Grito por la vida y el grito por una nueva manera de ser Iglesia. Venidos de todo el continente y del Caribe, nos reunimos en Medellín unas 500 personas para conmemorar los 50 años de la 2ª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, bajo el lema: “Profecía, Comunión y Participación”.
De esta manera relanzamos la opción para la tierra y los pobres y que están sometidos a un sistema socioeconómico de exclusión que prevalece en el continente y frente al cual tantas veces nos sentimos impotentes.
Frente a las numerosas e incesantes agresiones contra la Madre Tierra que son provocadas por empresas multinacionales amparadas por los estados, a través de mineras, hidroeléctricas, petroleras, agroindustrias y madereras, y frente a la escandalosa desigualdad socioeconómica, la creciente violencia, la corrupción política, el militarismo, el cambio climático, las migraciones, el desplazamiento masivo y el avance de una agenda que infringe sistemáticamente los derechos de las personas, volvimos a escuchar ese grito tumultuoso de la vida, que sube hasta Dios reclamando justicia, en los labios de los pobres y en el vientre de la tierra.
Reflexionamos de muchas maneras acerca de la oportunidad que se presenta en la encíclica Laudato Sí y la agenda por el bien común que el Papa Francisco nos sigue presentando con vehemencia. Esta invitación nos anima a trabajar mancomunadamente para cambiar ésta realidad a través del cuidado de nuestra casa común: la humanidad/tierra.
Dedicamos una buena parte de nuestro tiempo a las noticias de los escándalos que venían de la Iglesia en Filadelfia, a la carta del ex nuncio Viganò pidiendo la renuncia del Papa Francisco, y a las luchas de poder en una Iglesia fracturada en su esencia y muy debilitada en su credibilidad. En este contexto, se escuchó claro otro grito, esta vez venido desde adentro, el grito por la urgencia de una nueva manera de ser la Iglesia hoy en día. De tantas maneras se dijo que la estructura jerárquica tiene mucho que ver con todo lo que nos está pasando.
Los abusos sexuales, económicos, de poder y de control de la conciencia que Francisco ha denunciado en su última carta al Pueblo de Dios, tienen mucho que ver con un modelo de Iglesia clerical y jerárquica que se resiste a morir frente a la avasallante propuesta de reforma del Concilio que ha pedido una Iglesia Pueblo de Dios. En este modelo conciliar, la igualdad de los bautizados señala un camino de profecía, comunión, y participación. Si bien desde Medellín 68 al presente, las mujeres y los laicos han ganado algunos espacios significativos en la vida eclesial, la injusticia, la violencia de género, la inequidad y la marginación de estos grupos persisten en el discernimiento, en la toma de decisiones y en la ejecución de programas que renueven a la Iglesia. Todo esto podría ser la expresión real de nuestra decisión de seguir escuchando y caminando en la dirección marcada por los gritos de la vida: en esos gritos es donde Dios llama y nos habla.
Una voz de solidaridad y compromiso se levantó por las víctimas de los abusos del clero que nos producen una profunda vergüenza e indignación.
El grito de los pobres y de la tierra y, en ellos, el grito de la vida es hoy inseparable del grito por una Iglesia nueva en la que todos los recursos humanos y económicos y las estructuras eclesiales se orienten con decisión y solidaridad hacia lo que es esencial: el cuidado de la vida sobre esta tierra, nuestra casa común, que está en peligro y en estrés, y la defensa de la persona humana violentada, marginada y excluida como lo hizo Jesús y lo propone en su Evangelio.
Para quienes trabajamos en la ONU representando a ONGs con inspiración católica y a congregaciones religiosas, este es un tiempo especialmente desafiante. Debido a la debilitada credibilidad de la Iglesia a nivel mundial, nuestro trabajo se hace hoy más difícil. No faltan quienes duden de nuestras propuestas y de nuestra agenda. Se ha vuelto necesario definir claramente nuestras opciones y nuestra determinación de seguir contribuyendo con humildad en la implementación de la Agenda ONU 2030, que rescate la opción planetaria por el bien común sobre el bien individual. Es importante el bien de todos y no solo el bien del 1% de la población que sigue enriqueciéndose debido a su todopoderosa capacidad de impactar y corromper el mundo político de las multinacionales y el consumo impuesto sobre las masas anónimas, lo cual es un modelo que hace insostenible la vida en el planeta a mediano y largo plazo.
Hoy es urgente establecer alianzas estratégicas que avancen la propuesta de una renovación profunda de la Iglesia en favor de la vida y de los pobres. Por eso es importante continuar en comunión con el Movimiento Católico Mundial por el Clima, el Consejo Mundial de las Iglesias, la Red Iglesias y Minería, la Red Pan amazónica REPAM, entre otras, y sumarnos a la preparación del sínodo de la Amazonía que se realizará en octubre de 2019 junto a los movimientos sociales del continente latinoamericano, en el que los pueblos originarios deben tener especial protagonismo.
Por los creyentes, es importante también que desde nuestra presencia en la ONU y en cada lugar en que nos encontremos, trabajemos por la constitución de grupos de guardianes de la creación de manera permanente, presencial y virtual. Los religiosos, además, tenemos un lugar importante en la renovación de la Iglesia a partir de un nuevo estilo de vida cuyos cambios partan desde la reinterpretación del carisma de nuestra comunidad frente a la luz de los desafíos de este momento de la historia, la vivencia efectiva y valiente de nuevas formas eclesiales no-clericales y más proféticas, y de una comunión y participación verdadera de las mujeres y los laicos que renueven desde adentro las estructuras de la Iglesia.
New York 15.09.2018
Guillermo Campuzano, CM.
Traducción de: Jpic-jp.org
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