Jesús es la salvación y el amparo de los indefensos como los niños. Los abraza, los sana y los nutre de su cuerpo y sangre.
Por segunda vez, anuncia Jesús a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección. Y esta vez, ninguno de ellos se atreve a increparle. Pero igual no entienden. Solo que ahora les da miedo preguntar; prefieren mantener la boca cerrada. Quiere decir esto que realmente no quieren entender. Seguramente, no pueden suponer que su Maestro se cuente entre los desafortunados e indefensos mártires a manos romanas.
Pero hay mucho en juego aquí también para aquellos que lo han dejado todo para seguirle a Jesús. Si fracasa él, quedará truncada la esperanza de ellos de que él es el futuro liberador de Israel. Su fracaso querrá decir también el fin de la discusión sobre quién es el más importante. Es decir, el más importante de los ministros o consejeros del Mesías en el futuro reino. Tendrán que echarse atrás y sentirse indefensos de nuevo.
Pero para la vergüenza acalladora de ellos, les dice Jesús a los Doce de qué han de discutir. Y qué tienen que aprender. Sus futuros ministros deben ser los últimos de todos y los servidores de todos. Es decir, han de decir no a las ambiciones envidiosas y pendecieras. Muy específicamente, tienen que ser como los niños.
Los niños son indefensos y dependen confiados de los adultos, quienes, desafortunadamente, se abusan a veces de los niños y los hieren. Poco entendidos, no hacen decisiones importantes. Junto con las mujeres, los niños, por lo general, no valen como los varones adultos. Con frecuencia, son los últimos en ser servidos, y se encuentran a disposición entera de los adultos.
De verdad, quienes siguen de cerca e íntimamente a Jesús se hacen indefensos como los niños, como Jesús mismo.
Sí, dice además Jesús que él se identifica con los niños. De la misma manera que se identifica con sus más pequeños hermanos y hermanas. Quienes los abrazan, pues, le abrazan a él y abrazan también al que le ha enviado. Por decirlo de otra forma, el verdadero discípulo procura sanar las heridas de ellos. El verdadero seguidor del Primogénito de la mujer no puede sino dejarse acechar y herir por la impía serpiente para aplastarla. No queda ningún otro modo de sanar a cuantos tienen necesidad de sanación que éste. El verdadero discípulo entrega su cuerpo y derrama su sangre por los indefensos.
Señor Jesús, haz que abracemos a los niños y pobres indefensos. Cuéntanos entre los que a quienes eliges como ricos en la fe y herederos del reino. Ojalá guardemos la verdadera religión, de la que tuvo experiencia san Vicente de Paúl al acoger él personalmente a los niños y a los pobres (SV.ES XI:120).
23 Septiembre 2018
25º Domingo de T.O. (B)
Sab 2, 12. 17-20; Stg 3, 16 – 4, 3; Mc 9, 30-37
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