1Co 7, 25-31; Sal 44; Lc 6, 20-26.
“Dichosos los pobres; ¡Ay de ustedes, los ricos!”
Una vez que Jesús ha elegido a los doce para que estén con él, les ofrece (a ellos y a nosotros, que desde el bautismo somos llamados a continuar su misión) lo que será su programa de vida y de formación para todo aquel que lo sigue. Se trata de dos modelos de vida ante los cuales uno se debe detener, analizar y confrontarse para identificar a cuál de los dos se asemeja más nuestra vida.
En el discurso de las Bienaventuranzas, sus palabras parecen contradecir la realidad: Felices los pobres… felices los que tienen hambre… felices los que lloran… felices los perseguidos… Pero no se trata de contradicciones, sino que Jesús les está dando esperanza a quienes viven estas situaciones, las cuales no son para siempre, tienen que cambiar. Jesús nos muestra otro camino y nos invita a practicar más el compañerismo, la solidaridad y el servicio a los demás, como único medio para detener el hambre insaciable de poder y de riqueza que mueve a unos cuantos en perjuicio de los demás. Nosotros somos los ojos, los brazos y el corazón de Cristo para ayudar y dar su amor a los pobres que son nuestros “amos y señores”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: Luz María Ramírez González
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