Sordos oyen la Palabra, mudos la proclaman

por | Sep 6, 2018 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús hace oír a los sordos y hablar a los mudos.  Nos quiere oyendo claramente la palabra de Dios y proclamándola con acierto.

Los que han visto la sanación de un sordomudo reconocen que Jesús inaugura la nueva creación.  Proclaman que todo lo hace bien el Sanador de los sordos y los mudos.  Su proclamación evoca lo afirmado en Gn 1 de que era bueno lo que había hecho el Creador.

Pero tal proclamación hace referencia también a Isaías.  Anunciaba el profeta un nuevo éxodo a los pusilánimes.  Y sería íntegra la inminente salvación.  Verían, por tanto, los ojos ciegos, los oídos de los sordos se abrirían, saltarían los cojos, cantarían los mudos.

Así que intuye correctamente la multitud que Jesús no es un sanador o predicador más.  Él es quien ha de venir, el Mesías esperado.  Sus milagros y sus enseñanzas señalan la cercanía del reino de Dios.

Con todo, no siempre acierta la intuición popular.  El pueblo hace oídos sordos a toda sugerencia de un Mesías sufriente.  Es distorsionada su noción del Mesías.  Y si hablan los con conceptos distorsionados, lo harán cual los mudos, con mucha dificultad.  Para que se evite toda distorsión, pues, manda Jesús a cuantos ven sus milagros no contar nada a nadie.

Jesús aparta además al sordomudo de la gente.  Ésta, después de todo, connota la incomprensión de los sordos y los mudos.  El apartamiento de la multitud, de su influencia distorsionadora, lo exige la sanación.

Sordos y mudos también somos nosotros, necesitados de sanación.

Gemimos mientras aguardamos la plena redención.  Nuestra experiencia personal de la desconexión entre nuestros pensamientos y nuestras acciones también nos hace suspirar.

Y nos quedamos por detrás de la escucha y la proclamación de la palabra de Dios.  Así pasa, porque nos hacen tropezar nuestros intereses egoístas.  Victimizamos de nuevo aun a las víctimas del asesinato, sirviéndonos de ellas para promover nuestras opiniones racistas.  Incluso en la Iglesia, denunciemos quizás a los que causan escándalos pecaminosos y a los sordos y los mudos líderes.  Pero, ¿no sería que lo hiciéramos solo para arrebatar el poder a nuestros oponentes?

Hemos de reavivar, pues, los dones de oír y hablar que hay en nosotros por la palabra de Jesús:  «Effetá».  Seguramente, el Señor Dios nos da la lengua de los discípulos, para que sepamos decir al abatido una palabra de aliento.  Cada mañana nos espabila el oído, para que escuchemos como los discípulos.  Él nos abre los oídos, para que no nos rebelemos.

Y la invitación a la mesa de la Palabra y del Sacramento está allí para nuestra aceptación.  Alimentándonos de Jesús, en él nos transformaremos.

Señor Jesús, sánanos a los sordos y los mudos.  Ojalá obremos según tus máximas, y nunca según las de la multitud mundana (RCCM II:1).  Haz que veamos claramente más allá de las ropas andrajosas de los pobres y les digamos correctamente que se sienten en los puestos reservados.

9 Septiembre 2018
23º Domingo de T.O. (B)
Is 35, 4-7a; Stg 2, 1-5; Mc 7, 31-37

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