Miq 6, 1-4. 6-8; Sal 49; Mt 12, 38-42.
“¡Que acierto es respetarte a ti!, dice el Señor”
Los fariseos y doctores de la ley le piden a Jesús una señal y él les habla de la Resurrección, sin que ellos comprendan en realidad lo que les está diciendo.
El regalo más grande que Dios nos ha dado lo tenemos frente a nosotros y somos incapaces de valorarlo o verlo como tal. Seguimos esperando ganar la lotería para ser felices, para sentir que lo tenemos todo. Esperamos ya no tener penas ni dolores para poder sentir plenitud, cuando la plenitud es el amor de Dios.
Cuánto nos cuesta sentirnos amados, ni siquiera por nosotros mismos. Solo lo lograremos en la medida que nos permitamos experimentar en nuestra persona y en aquellos que nos rodean, el amor que Dios nos ha tenido; ese Amor que es más grande que el de papá, mamá, esposo, esposa, hijos, hermanos o amigos. El amor de ellos puede ser que se acabe, pero el Amor de Dios nunca acabará.
Dios envió a su Hijo Jesús como testimonio y prueba de ese amor que nos tiene. ¿Acaso queremos más? Concédeme Señor que el saberme hijo(a) tuyo(a) sea lo que dé alegría y gozo a mi vida. Y saberlo compartir con mis hermanos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Norma Leticia Cortés Cázares
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