Os 11, 1-9; Is 12, 2-6; Ef 3, 8-19; Jn 19, 31-37.
“Enseguida brotó sangre y agua”
Era una crueldad innecesaria. Atravesar el corazón de Jesús después de los azotes y toda la tortura de la crucifixión. Y Jesús, aún después de haber “entregado su espíritu”, entrega, desde este corazón traspasado por la lanza, las últimas gotas de sangre, junto con agua. Sangre y agua, signos de los sacramentos –bautismo, eucaristía– según lo ha interpretado la Iglesia. Signos también de toda la vida y acción salvadora de Jesús: amor apasionado –sangre derramada hasta la última gota– y vida abundante y plena –agua viva que mana de un manantial inagotable–.
Sangre y agua, signos de un corazón vivo y generoso, apasionado por el Reino y apasionado por el hombre. Corazón sensible que se conmovía fácilmente ante el dolor de una madre, ante la fragilidad de una mujer a punto de ser lapidada; pero que también ardía en celo ante la hipocresía de la clase dirigente, ante la mentira de su piedad y ante la falsedad de sus interpretaciones de la Ley.
Señor, danos un corazón que lata en sintonía con el tuyo. Danos un corazón apasionado por el Reino y por el hombre y su dignidad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón, cm
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