Cuando Alfred Nobel descubrió una sustancia explosiva que era más poderosa que cualquier otra que el mundo conociese en ese momento, le pidió a un amigo y erudito griego una palabra que transmitiera el significado del poder explosivo. La palabra griega era dunamis, y Nobel llamó a su invención «dinamita».
Dunamis es la misma palabra que Jesús usó cuando les dijo a sus discípulos: «recibirán poder cuando haya venido sobre ustedes el Espíritu Santo, y seréis testigos míos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hechos 1, 8). En otras palabras, «recibiréis poder explosivo, dinamita, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros».
La poderosa transformación de Pedro
Pensemos en cómo este poder transformó a los creyentes del primer siglo. Antes de Pentecostés, Simón Pedro no pudo defender su fe cuando le preguntaron si era seguidor de Jesús. Después de que el poder del Espíritu Santo se derramó en Pentecostés, Pedro se puso de pie y predicó con valentía el Evangelio, lo que hizo que 3.000 personas se salvaran.
Después de que Saulo de Tarso quedara ciego en el camino de Damasco, Dios condujo a Ananías a que fuese a orar por él. Luego se llenó del Espíritu Santo, y desde ese momento, salió y proclamó a Cristo en las sinagogas.
¿Qué es lo que los vicencianos explosivos tienen en sus manos?
Al enviar a sus primeros misioneros, san Vicente de Paúl dijo que «nuestra vocación es ir, no solo a una parroquia, no solo a una diócesis, sino a todo el mundo, ¿y para hacer qué? Para prender fuego en el corazón de las personas, para hacer lo que hizo el Hijo de Dios, que vino a prender fuego al mundo para inflamarlo con su amor».
Hace doscientos años, trece audaces misioneros llevaron ese fuego de Pentecostés a los Estados Unidos. El Obispo David O’Connell CM, uno de sus sucesores, escribió sobre ellos:
«…su fidelidad fue grande, profunda, inspiradora, honda, grandiosa, más trascendental de lo que jamás hubieran imaginado.
Pusieron a América «en llamas» con el amor de Cristo; y la llama todavía está ardiendo,
- ardiendo en favor de los pobres y abandonados
- ardiendo en favor de aquellos que se forman para el ministerio sacerdotal;
- ardiendo en favor de aquellos que, en innumerables iglesias, anhelan escuchar la Palabra de Dios;
- ardiendo en sus confesionarios, para aquellos que anhelan la misericordia de Dios;
- ardiendo en favor de los que, en las escuelas y universidades, buscan conocimiento y sabiduría;
- ardiendo en hospitales y prisiones;
- ardiendo por y con las Hijas de la Caridad y la gran Familia Vicenciana;
- ardiendo en el país y en tierras de misión;
- ardiendo por la justicia y la paz, la inclusión, la integridad y el amor de Cristo.
Esto siempre fue y sigue siendo nuestro carisma y nuestra misión; nuestro lugar y nuestro papel en la Iglesia; nuestro sermón en el púlpito y en las calles de la ciudad».
Cada una de las ramas de la Familia Vicenciana puede contar historias similares.
Que el amor ilumine mi marco mortal hasta que otros atrapen la llama viva.
Hace más de cincuenta años distribuí una tarjeta conmemorativa con motivo de mi ordenación. Pensé que la frase en la estampa era de Vicente. Me enteré después que había sido escrita por el cardenal John Henry Newman.
Juntos «dejemos que el amor ilumine nuestros marcos mortales hasta que otros atrapen la llama viviente».
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