Is 58, 9-14; Sal 85, 1-6; Lc 5, 27-32.
“No he venido por los justos… He venido a llamar a la conversión a los pecadores”
Un día, mi amigo le levantó la mano a su mamá. Le pregunté qué había sentido o qué era el arrepentimiento. Me dijo: me supe irrespetuoso, me sentí mal, desagradecido, mal hijo, saboreé por dentro lo que es dolerle a uno el alma por lo hecho, y me determiné a cambiar para siempre hacia mi madre. Me arrodillé ante ella, le pedí perdón y le prometí que nunca más haría algo semejante. Y, desde entonces, le he mostrado mi amor con hechos diarios.
Jesús vino, –nos lo dice el evangelio de hoy– a invitarnos a seguirlo como Mateo, y a sanar a los enfermos e invitar a la conversión a los pecadores como nosotros. Ante nuestra vida pecadora y despistada, nos sucederá como al amigo ante su madre. Nos damos cuenta de que hemos sido malos hijos, desagradecidos y nos duele el alma por tanto amor desperdiciado. Poresopedimosperdón, nosreconciliamos y nos comprometemos a una reorientación radical de nuestro modo de vivir. Pero sabemos que la conversión es, ante todo, obra de la gracia. Por eso la pedimos con todo el corazón.
Oh dulce Jesús piadoso,
dame el arrepentimiento,
dame el perdón y encamíname
contigo en tu seguimiento.
Y que ya nunca jamás
ni la tentación ni el miedo
me aparten de ti, Señor,
te lo pido y lo prometo.
Amen.
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Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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