Job 7, 1-4. 6-7“; Sal 146, 1-6; 1 Cor 9, 16-23; Mc 1, 29-39.
Dichoso Adán que no tuvo suegra, decía un yerno protestón. Parece que Pedro no se sentía así con la suya… Es sábado. Estamos en Cafarnaún. Jesús acaba de salir de la sinagoga, y se va con los suyos a la casa de Pedro. Y como “la suegra de Pedro estaba encama con fiebre, le hablaronde ella”. Jesús “se acercó, y tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó, y ella se puso a servirles”. Luego, a la puesta del sol, curó a muchos otros enfermos. Y, de madrugada “se fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración”.
Así nos describe el evangelista un día normal de Jesús. Luego, aún temprano, al encontrarlo, le dicen Simón y sus compañeros: “¡Todos te buscan!”. Y él les señala que tiene que ir también a los pueblos cercanos a anunciarles el Reino, que para eso ha venido.
La suegra, curada, “se puso a servirles”; su salud comenzó a dar frutos para otros. También a ti y a mí nos ha tomado de la mano, nos ha puesto en la vida, nos ha levantado de nuestras caídas, y nos ha dado sus dones.
¿Para qué o a quiénes sirve tu salud, tu simpatía, tu belleza, tus bienes o tu preparación, tu fe? La forma de agradecer tus dones es compartirlos. Pero, ¿cómo lo haremos, si no oramos con él y como él? En la oración, Jesús nos mostrará las máscaras con las que nos disculpamos de no servir a los demás. Sin ella, todo lo veremos desde la ratonera de nuestro ego y de sus alambicadas justificaciones.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
0 comentarios