Rom 11, 29-36; Sal 68, 30-37; Lc 14, 12-14.
Cuando des un banquete, llama a los pobres… y serás dichoso”. Invítalos, y serás feliz, porque ellos no podrán pagarte, pero “se te recompensará en la resurrección de los justos”. Serás dichoso. No habrás caído en el “te doy, si me das”, te hablo, si me hablas”, “te amo, si me amas” y demás comercialismos. Comenzarás a saborear a qué sabe el amor gratuito. ¡Y sabe a salvación!
Si somos capaces de amar gratis y sin recibos, es señal de que hemos dado nuestro consentimiento al amor de Dios, por eso podemos amar gratis. Nuestro instinto no da para tanto. La bondad natural se esfuma antes de llegar a esa frontera. El amor gratuito, participación del amor que Dios nos tiene, es memoria y profecía, música y perfume del paraíso que es Dios. Si así amas, “serás feliz”, más de lo que nos imaginamos.
Decía san Vicente de Paúl que el grito de los pobres “llena de confusión el corazón de Dios. Y ustedes, cuando procuran calmar esos gritos, haciendo por el amor de Dios los servicios que necesitan, ¿no están, acaso, dando consuelo a Dios?”. Y Dios se alegra porque tú, al amar de esa manera, te pareces a él que ama “a justos y pecadores” y “echa su sol sobre buenos y malos”. Su amor es incondicional. Y Dios se goza en ti porque te pareces a él, y ése es tu bien.
“Cuando des un banquete, invita a los pobres (¡no te olvides!) y serás feliz”. Ellos no te podrán pagar aquí, pero serán los poderosos porteros que te abrirán las puertas de los cielos.
Gracias, Señor, porque nos descubres horizontes que nuestros ojos egoístas no sabrían descubrir. ¡Gracias!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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