En Jesús hay coherencia entre el pensar y el decir y, asimismo, entre el decir y el hacer. No somos cristianos si nos falta tal sencillez.
Esta vez, se dirige Jesús a la gente y a sus discípulos para confortarlos. Es que fácilmente pueden desconcertarse y desanimarse, viendo la mala conducta, la falta de sencillez, de los dirigentes religiosos.
E indica Jesús que la distinción entre el magisterio y los que lo ejercen es decisiva. Quien reconoce que el mal comportamiento de los maestros no necesariamente invalida sus pronunciamentos magisteriales puede mantenerse tranquilo y optimista. Después de todo, es Dios quien garantiza la eficacia del magisterio.
Pero Jesús no permite a los malos maestros salirse con la suya. Al contrario, denuncia categóricamente el decir y no hacer de ellos. Pone al descubierto además su carácter de maestros insoportables, su jactancia y vanagloria. Critica también su afán de ser reconocidos y servidos por los demás.
Pero nada de eso, de esa falta de sencillez y sinceridad, entre los que buscamos seguir a Jesús.
Deja bien claro Jesús que no hay que seguir el ejemplo que dan los catedráticos que se apartan del camino. Ellos hacen tropezar a muchos en la observancia de la ley. En lugar, pues, de imitarlos, los que queremos pertenecer a Jesús seremos los servidores de los demás. No nos enalteceremos. Más bien, nos humillaremos.
Seguiremos el ejemplo contagioso de servicio y humildad que nos ha dado nuestro Maestro y nuestro Señor. Lavó Jesús los pies a sus discípulos; lo haremos asimismo. Imitaremos al que vino, no para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos. Procuraremos tenerles tanto cariño a nuestros hermanos, —uno solo es nuestro Padre—, que desearemos entregarles incluso nuestras vidas.
Así nos caracterizará la sencillez de los pobres, quienes conservan la verdadera religión (SV.ES XI:120). Como los pobres con fe viva, los que imitaremos a Jesús jamás perderemos la paciencia y la esperanza.
Y, ¿qué pasa cuando ayudamos con sencillez a los necesitados, como lo hacía Jesús? Proclamamos, seguramente, su muerte, su entrega total, hasta que él vuelva. Así la proclamaba de manera sencilla y contagiosa, claro, la madre del obispo paúl, Andrew E. Bellisario.
Señor Jesús, suscita en nosotros la sencillez que rompa los esquemas de hipocresía, duplicidad y soberbia que presenciamos hoy.
5 Noviembre 2017
31º Domingo de T.O. (A)
Mal 1, 14b – 2, 2b. 8-10; 1 Tes 2, 7b-9. 13; Mt 23, 1-12
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