Antonio Gianfico, Presidente Nacional de la Sociedad San Vicente de Paúl, presentó durante la audiencia papal en el Simposio de la Familia Vicenciana, el 14 de octubre, la labor solidaria que los vicentinos han hecho a favor de afectados por la catástrofe. A continuación, el texto completo de la presentación:
Buenos días para todos, Soy Antonio Gianfico y tengo el honor de ser el Presidente Nacional de la Sociedad San Vicente de Paúl. El año pasado, un terremoto terrible que mató 299 personas, golpeó el área central de Italia. Los daños a los hogares e infraestructura fueron enormes.
A raíz del primer temblor violento, del terremoto del 24 de agosto del año pasado, una carrera de solidaridad se levantó, a través de la recaudación de fondos entre los Vicentinos Italianos. No sólo eso, sino que muchos de nosotros, especialmente los que vivíamos más cerca a las áreas afectadas, tomamos medidas inmediatas, a través de pequeños gestos de proximidad y apoyo, suministrando ropa de cama y atendiendo las necesidades básicas a los ingresados en el Hospital de Aquila. De manera especial, a través de palabras reconfortantes, con la delicadeza y amor que caracteriza a nuestros voluntarios.
Mientras tanto, las ayudas comenzaron a llegar y no teníamos tiempo que perder. La Sociedad San Vicente de Paúl decidió orientar sus esfuerzos hacia la recuperación de la actividad productiva y reactivación del impulso económico; en orden de atraer el mayor número de familias a la debida reubicación nacional, evitando el éxodo hacia otros lugares. Fue por esta razon que organizamos varias inspecciones, para acrecentar nuestra conciencia en torno a los daños y poder evaluar la posibilidad de asistencia
Fue así, como las primeras acciones se dirigieron en apoyo a las familias trasladadas a la Costa Adriática; y a los ancianos sin hogar, quienes fueron recibidos de algunos “Hogares para retirados.” Contando con la colaboración de otras asociaciones y con la participación de las Instituciones públicas, privadas y religiosas; se decidió financiar proyectos pequeños, debidamente focalizados y compatibles con nuestros modestos recursos; así como suficientemente decisivos, para reanudar rápidamente la actividad productiva familiar. Fue en este contexto que, algunas casas pequeñas, prefabricadas de madera, aparecieron cerca de las casas derrumbadas; y los establos dañados fueron reparados y fortalecidos, para permitir que los animales fueran también protegidos.
Se adquirió una casa rodante para una familia necesitada; algunos tractores, para aquellos que debían reanudar el cultivo de la tierra. Algunas cabezas de Ganado fueron compradas para los ganaderos. Colaboramos también para un fábrica de quesos, carnicería, panadería, fábrica de pastas, tienda de ropa, producción de miel y el alquiler de una cocina rodante. Finalmente, una instalación deportiva y un centro de usos múltiples, están a punto de ser terminados, en colaboración con otras instituciones.
Voy a entregar al micrófono a nuestros amigos, quienes han venido aquí, para contarnos sus experiencias: Gabriel, con su familia. Cuando le conocimos, había perdido su sonrisa y no tenía esperanza. Es una alegría, para mí, verlo hoy sonriendo y mirando hacia el futuro, con coraje y determinación, a pesar de las muchas dificultades.
Gabriel Piciacchia desde Accumoli, una aldea de Amatrice:
¡Buenos días! Mi nombre es Gabriel. Estoy aquí con mi esposa Sara y con Simón, uno de mis hijos. Soy de Accumoli, lugar en dónde se ubicó el epicentro del terremoto el 24 de Agosto del 2016. Poseo una empresa de lácteos que antes del terremoto producía leche. Vivo con mis dos hijos, Mauricio y Simon, ahora jóvenes; y mi esposa Sara, quien es originaria de Pescara del Tronto, que es un pueblo conocida, con tristeza, por su destrucción total, y 50 fallecidos, muchos de los cuales, fueron personas muy queridas para ella.
Esa noche, cuando la tierra tembló terriblemente, los relojes se detuvieron a las 3:36; tiempo en el cual perdimos 300 vidas y todo lo que había sido construído en los siglos pasados. Mi casa colapsó: mi Antigua granja, que data de 1866, orgullosamente comprada por mi abuelo – quien emigró de América – con los ahorros de su arduo trabajo en las minas de carbon. Esa noche, los techos de los establos, en donde se alojaban 80 vacas lecheras, fueron dañados tremendamente.
Gracias a la ayuda de mi familia, no llegué a perder mi corazón. Confiamos en mi pequeño taller de mecánica para poder vivir y, durante el mal tiempo, seguí con el trabajo que tanto amo y por el cual lo he entregado todo. Después del segundo temblor devastador, del 30 de Octubre, tuve que rendirme. Los daños en los techos se habían vuelto insostenibles, ya que el techo sobre los animales indefensos, literalmente se estaban derrumbando, y no podíamos poner en peligro nuestras vidas y las suyas.
Mi amado trabajador Romanian, nuestro empleado durrante muchos años, murió debido a un paro cardíaco, ocasionado por el temor. Mi familia y yo, tuvimos que trasladarnos por medio de una antigua casa rodante, en medio de miles de problemas. Las vacas, aún ilesas milagrosamente, a pesar del contínuo desmoronamiento de los techos, fueron vendidas… en realidad, vendidas ante la pérdida del gran establo. El nuevo dueño seguiría cuidando de ellas, tal como yo lo hice y quería seguir haciéndolo.
Después de vender mis animales, alguien me dijo que estaba equivocado, porque si quería ser compensado por el valor real de las vacas, debería haberlas dejado morir allí bajo los escombros. Pero yo soy un granjero lechero y como tal, crío los animales, con atención y respeto, como es correcto. De tal forma que no me arrepiento por la decision tomada. Podrá haber sido mala en el nivel económico, pero es buena para mí.
Luego, gracias a la llegada de una cobacha antigua, pequeña y bien cuidada, que nos fue donada por dos hermanas fantásticas de Friuli; y gracias a los grupos de voluntarios, del ejército Alpino y otros; todos del norte de Italia; quienes se hicieron presente en el lugar, logramos permanecer en el territorio. Evitamos así ser “deportados” a la costa, propuesta que ninguno de nosotros quería aceptar, especialmente nuestros hijos; quienes ahora están unidos al territorio tanto y más que antes. Fue así como, con la dignidad que corresponde a una famila y la seguridad que la casa nos ofreció y continúa ofreciéndonos, tratamos de recomenzar.
El estado no nos ayudó mucho, al menos hasta el día de hoy. El papeleo de la burocracia; la incapacidad para afrontar con rapidez los efectos de la calamidad; los débiles pasos de un lento y complicado país, donde nadie logra asumir responsabilidad alguna… solo logra aumentar nuestra debilidad e incertidumbre.
Nuestro hijo mayor, un poco desanimado, se encuentra ahora trabajando con firmas, ubicadas fuera del área, para ganarse la vida. El espera regresar pronto, a nuestro negocio, pues lo ama y sinceramente desea llevar adelante.
Sin embargo, la fraternidad y la solidaridad de Italia nos fue mostrada a través de la bondad, generosidad y empatía de los Italianos. Entre ellos la “Sociedad San Vicente de Paúl” y el “Grupo de Voluntarios de Brianza,” quienes nos dieron una contribución financiera para reparar uno de los techos dañados y recomprar una primera parte del Ganado necesario, para este nuevo negocio.
Hoy, exactamente un año después del terremoto, presenciamos con mucha emoción el nacimiento de un becerro maravilloso, a quien hemos puesto el nombre de “Federico” en honor a Federico Ozanam, fundador de la Sociedad San Vicente de Paúl. Federico, un pequeño ser indefenso, ahora corre y muge feliz en nuestros prados. Con solo observarlo, comprendimos que la vida siempre vence a la muerte. Agradecemos a Dios su amor y fraternidad.
Un abrazo sincero, por mi parte y por parte de mi familia, hacia todos aquellos que han colaborado generosamente; y siguen haciendo todo lo posible por nosotros; con la esperanza de que pronto muchos otros terneros se encontrarán corriendo felices, junto a Federico. A lo largo de nuestras vidas, por nuestra parte, trataremos de devolver todo lo que se nos ha dado, a través de las buenas obras a favor de los más desafortunados y desfavorecidos. Gratitudes para todos.
La Familia de Gabriel, Sara, Mauricio y Simón.
Antonio Gianfico
Gracias Gabriel, tus palabras nos han llegado al corazón. Ahora, quiero presentar a Oriana y Mauro. ¡Cuando les encontramos, inmediatamente pensamos en nuestra Señora y San José, porque ellos también vivieron en un establo!
Oriana Girolami desde Sommati, una aldea de Amatrice
¡Buenos días para todos! Mi nombre es Oriana. Me encuentro con mi esposo Mauro y venimos de la aldea Amatrice. El 24 de Agosto del 2016 perdimos muchos amigos, la casa donde vivíamos y parte de nuestra actividades laborales: el pan, los alimentos y la carnicería. Sólo nuestro establo se libró de los daños, y de hecho, durante los ocho meses siguientes: mi familia y yo, estuvimos viviendo ahí. Hicimos un dormitorio, un baño y una cocina, con nuestros propios recursos.
Recuerdo un poco esa noche terrible: las miradas fijas en el vacío; perdidas en el laberinto del dolor y del miedo; todos con lágrimas en sus ojos. Sólo Elena, mi nieta, quien tenía cuatro meses y medio de edad, sonreía. No tenía conciencia de nada. No se dio cuenta que había sido despertada en medio de la noche, por el temblor, y que el polvo la cubría. No se dio cuenta de que había salido por la ventana y luego había pasado al techo de la casa vecina. No sabía que en medio de la oscuridad, el polvo, los gritos y el caos general, pasó inmediatamente de las manos de su abuelo a las de su prima, quien valiéndose de una escalera le había ayudado a subir al techo. Ella no comprendía nada. Su sonrisa era, es y siempre será, mi fuerza para seguir adelante.
Aquella noche terrible transformó la risueña Cuenca de Amatrice en un valle de muerte y devastación. Para nuestra comunidad no existen palabras de Consuelo que puedan sanar esta herida, la cual permanecerá para siempre en nuestros corazones. Con el paso del tiempo, posiblemente las sonrisas volverán a nuestras caras y nos recordarán la presencia de aquellos que ya no están… ciertamente a través de la lágrimas, como manifiesto del gran y verdadero amor. Es también por ellos, por cuya memoria, debemos reconstruir y recomenzar. Fuerte como las montañas que nos rodean. Unidos como una gran Familia.
Perdimos nuestra identidad, pues ese temblor destruyó todo lo que creíamos tener para siempre. ¡Pero no debemos perder la fuerza! Sé que ha sido difícil, pero poco a poco debemos abandonar el recuerdo de esa pesadilla, para abrazar la esperanza y comenzar nuevamente. Porque de ahora en adelante, para nosotros, el año 2016 será el año cero.
Estoy aquí para dar testimonio de los muchos gestos de solidaridad y amabilidad que el pueblo Italiano ha compartido con nosotros. ¡Gracias! Un agradecimiento especial a la Orden de los Frailes Menores Capuchinos y a la Sociedad San Vicente de Paúl. Siempre estuvieron cerca de mí, tanto espiritual como materialmente. Ellos brindaron paz, amor y serenidad a mi familia, a través de su ayuda concreta. Finalmente, quisiera agradecer al Santo Padre, el Papa Francisco, por dar voz a los que no la tienen.
Gracias a todos.
Antonio Gianfico
Gracias, Oriana, tu tenacidad y la de Mauro son un ejemplo para todos nosotros. Ahora estoy particularmente feliz de tener aquí a Daniel, un joven de 28 años de edad, quien no está desanimado.
Daniel Gianfermi de Norcia
¡Buenos días para todos! Mi nombre es Daniel y vengo de Norcia. Tengo una compañera, Mariangela; y una hija, Gioia (alegría): alegría, en todo sentido, siempre que puedo abrazarla.
El terremoto me quitó el hogar, un lugar de cariño y mi trabajo; un lugar de realización como hombre y como padre de familia. A pesar de todo, un año después de los temblores devastadores que destruyeron el centro de Italia, estoy aquí para decirles con certeza que el terremoto no tendrá la última palabra en nuestras comunidades. Ahora mismo somos protagonistas de nuestro renacimiento, ya que aunque heridos en el alma, nos hemos unido y fortalecido la solidaridad entre nosotros mismos.
Estoy aquí también, para dar testimonio de los multiples gestos de solidaridad y bondad que recibí y que me dieron las fuerzas necesarias para seguir adelante y poder ver la luz, en medio de los escombros. Agradezco a Cáritas Diocesana de Spoleto-Norcia y a la Sociedad San Vicente de Paúl. Ellos estuvieron cerca de mí, con gran delicadeza y amabilidad, en estos meses tan difíciles. Me sentí apoyado por ellos y nunca me dejaron solo.
Antes del terremoto, yo trabajaba en una carnicería, pero después el dueño ya no pudo garantizarme el trabajo. Siendo un professional en el procesamiento de embutidos y quesos, decidí comprar una furgoneta e ir a las ferias gastronómicas, alrededor de Italia, para poder vender mis productos y para conocer la realidad de mi país . Gracias a la colaboración de Cáritas y de la Sociedad San Vicente de Paúl, pude comprar la furgoneta refrigerada, que me ha permitido iniciar este nuevo negocio.
Estoy haciendo mi mejor esfuerzo, sacrificando a menudo mi tiempo y a mis seres más queridos. Me gusta estar en medio de la gente, aunque no todo el mundo entiende, a veces, tu angustia y las dificultades que estás experimentando. Todavía estoy pagando las cuotas de una casa que ya no existe… y esto a menudo me desanima; pero sigo adelante porque en mi corazon experimento la presencia, ayuda humanitaria y moral, de todas aquellas personas que compran nuestros productos.
Sigo impulsado por un profundo sentido de Esperanza. Todavía soy joven, pero he tenido que vivir otros “terremotos,” en mi vida, tales como la trágica pérdida de un hermano cansado de vivir. ¿Cuántas ruinas existenciales pueden llegar a sacudir tu conciencia, tras la muerte de un ser querido? La duda de no haber hecho lo suficiente, podría consumirte lentamente, dejándote sin razón para vivir. Yo he logrado trascenderlo a través de la creación de una nueva familia para mí.
¡Quiero recomenzar con mi familia y mi tierra!
¡Gracias a todos!
Antonio Gianfico
Gracias Daniel. ¡Los hombre jóvenes, como tú, son el futuro de nuestro país!
Esta experiencia, desgraciadamente nacida de un acontecimiento trágico, ha resaltado una vez más los grandes recursos de nuestro pueblo: su generosidad y bondad que genera fuerza y esperanza. Esta experiencia une a quien da y a quien recibe; cuando la virtud de la caridad guía nuestras accciones.
El Carisma Vicentino, que ya tiene 400 años de existencia, nos enseña: Que las grandes verdades y valores fundamentales, que rigen nuestra existencia, no tienen tiempo, ni se hacen viejos. Mas bien suelen renovarse, cuando extendemos nuestra mano a los que sufren y a los que la necesitan; incluso para consuelo, a favor de los pobres, quienes son nuestros amos verdaderos.
¡Feliz aniversario para todos!
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