Jesús mismo es el traje que necesitamos para participar en el banquete celestial. Revestidos de él, nos aseguramos la entrada en el banquete del Reino.
Vienen los comensales de los cruces de los caminos. Pero aun así, solo uno no logra ponerse el traje de fiesta en detrimento suyo.
Dios, sí, es bueno con todos, y no hay quien pueda malograr su bondad. No la merma ni siquiera el rechazo o el desinterés de parte de los convidados. Al contrario, Dios se muestra aún más bondadoso, llamándoles a todos al banquete que él tiene preparado. Y provee a nuestras necesidades con magnificencia.
Pero no nos hagamos ilusiones; de Dios nadie se burla. Espera él que todos los invitados lleven a lo menos traje de fiesta.
¿A qué se refiere el traje de fiesta necesario?
No hay respuesta en la parábola misma. Ni son unánimes los comentaristas. Pero sabemos que el reino de Dios exige la conversion.
Con razón queda afirmado, pues, que el traje requerido se refiere a la conversión, al cambio de corazón y mentalidad. Y se les requiere este traje tanto a los «buenos» como a los «malos».
Así que no importa que seamos de los dirigentes religiosos que se creen buenos. Tampoco importa que nos contemos entre aquellos a quienes los mismos dirigentes toman por malos. Después de todo, los unos al igual que los otros han de arrepentirse y producir los frutos dignos de arrepentimiento.
Y el fruto que pide la conversión es el mismo fruto que pide la justicia. Según Miqueas, arrepentirnos por nuestros pecados es simplemente practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con nuestro Dios.
El que vuelve justificado a su casa no es el fariseo que se ha engreído de su observancia. Es, más bien, el publicano que, confesándose pecador, se humilla ante Dios. Y si la palabra hebrea «tsedaká» indica algo, la justicia es la caridad y la caridad, la justicia.
No se puede entrar, pues, en el reino de Dios sin el traje de obras de justicia y misericordia. Herederemos el reino solo si auxiliamos a los más humildes hermanos de Cristo, si no les cerramos las entrañas. De lo contrario, se nos nos cerrará la puerta del reino.
De más está decir que Jesús personifica el traje de fiesta requerido. Quienes se revisten de él tienen asegurada la salvación. Dice san Vicente de Paúl (SV.ES III:359):
No podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos, para seguir a Jesucristo.
Señor Jesús, nos convidas a tu Cena. Haz que te reconozcamos en los pobres y logremos así llevar el traje de fiesta necesario.
15 Octubre 2017
28º Domingo del T.O. (A)
Is 25, 6-10a; Fil 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14
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