Por medio de Jesucristo se produce, para gloria y alabanza de Dios, el fruto de justicia. Los que permanecen en Jesús, y él en ellos, dan fruto abundante
Dios espera derecho de los suyos. De hecho, los del pueblo de Dios se acreditan ante él por su fruto de justicia. Cargados con dicho fruto, quedan constituidos gloria de Israel y luz de las naciones.
Pero si ellos producen frutos de iniquidad, entonces Dios los abandonará a su corazón obstinado. Ciertmente, Dios les tomará cuentas además de todas sus acciones injustas a los que son su plantel preferido. Caerán ellos mismos en la fosa de injusticias que cavan y ahondan. Su maldad recaerá sobre su cabeza; bajará su violencia sobre su cráneo. Y, por supuesto, se les quitará su elección a ellos y también a sus dirigentes malvados. Ella, entonces, pasará a otros que produzcan frutos de justicia.
Sin producir el fruto de justicia, quedará rechazado asimismo «el nuevo pueblo de Dios».
Los cristianos nos llamamos «la nueva viña preferida». Huelga decir que tal nombre conlleva responsabilidades. Dios espera, sí, que nosotros demos fruto abundante de obras de justicia.
La justicia exige que acojamos a los excluidos, seamos compasivos hacia los pobres y solidarios con los que sufren. Y los que nos decimos vicentinos, en particular, hemos de examinarnos. ¿Fieles somos verdaderamente al carisma vicenciano? En tratar de encarnarlo, ¿celosos somos nosotros o más bien tibios? La tibieza lleva a la infecundidad.
Y debemos tomar en serio la advertencia de san Vicente de Paúl: (Abelly II:277):
Temamos … que Dios nos quite esta cosecha que nos ofrece; pues, cuando uno no usa sus gracias debidamente, él se las pasa a otros.
Señor Jesús, por tu obediencia hasta la muerte, por tu sacrificio, haz que demos fruto de justicia. Concédenos tener en cuenta y poner en práctica todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable.
8 Octubre 2017
27º Domingo del T.O. (A)
Is 5, 1-7; Fil 4, 6-9; Mt 21, 33-43
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