Num 21, 4-9; Sal 77, 1-2. 34-38; Jn 3, 13-17.
Los seguidores de un equipo lucen gozosos sus camisetas, los países tienen sus banderas. Son símbolos, símbolos comunitarios. Nosotros, como cristianos, nos gloriamos de la Cruz de Jesús, y nos signamos con ella. Es nuestro símbolo comunitario.
Y hoy celebramos la fiesta de la Santa Cruz.
Somos seguidores del Crucificado que Resucitó, seguidores del que está vivo y es la vida. Si Jesús no hubiera resucitado, la cruz con que nos marcamos sería sólo signo de la cruz que le pusieron, pero no de la que él aceptó y cuyo sentido transformó. Pero Jesús resucitó y por eso, llenos de gratitud, nos marcamos con su señal, que es el signo de su victoria sobre el mal y la muerte, y que es el signo de nuestra liberación. Es una forma de decirle: ¡Gracias, Jesucristo! Y es una forma de decirle:
¡Llevamos tu señal porque queremos ser tus seguidores!
Marcarse o signarse con la cruz de Jesús es también un manifiesto. No somos seguidores de algún crucificador, sino del Crucificado. Por lo tanto, al signarnos con su cruz, nos ponemos del lado de los crucificados de la tierra y en contra de quienes los aplastan o crucifican. Manifestamos, al hacerlo, que no somos neutrales, que queremos estar del lado del Dios de la vida, y no como agentes de la civilización de la muerte. Y, como Jesús tomó su cruz para quitarnos las nuestras y hacérnoslas llevaderas y llenas de sentido, así marcándonos con este su símbolo significamos que nos proponemos quitar y aliviar las cruces de nuestros hermanos.
El Apocalipsis habla de “los siervos de Dios marcados en la frente” (Apc 7, 3-4). La señal de la cruz es signo y resumen de nuestra fe trinitaria. Al hacer la “señal de la cruz”, invocamos al Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que Jesús nos reveló.
“En cuanto a mí, no quiero sentirme orgulloso de nada, sino de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Gál 6, 13).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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