Ez 33, 7-9; Sal 94, 1-2. 6-9; Rom 13, 8-10; Mt 18, 15-20.
“Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”
Seguramente que uno de los más graves problemas de nuestro catolicismo es el aislamiento. Yo soy católico, pero no me reúno con otros católicos. O sólo me reúno anónimamente en algunas celebraciones. Pero no tengo un grupo de referencia, donde dialogamos, oramos, leemos algún pasaje evangélico, hablamos de nuestras dificultades y empeños y situemos nuestra fe en este concreto mundo y sus circunstancias sociales. Un grupo que se reúne una vez cada semana o cada quince días o, al menos, cada mes, y tiene, además, algún servicio en bien de otros necesitados.
Dos veces me tocó la visita canónica de dos obispos a las parroquias donde estaba. Y terminé confundido.
Ninguno de ellos preguntó por los grupos, si los había, cuántos eran, a qué se dedicaban, ni menos manifestó el deseo de reunirse con ellos y constatar su realidad o si sólo eran nombres en un papel. Y una comunidad que no tiene como prioridad la creación de grupos, asociaciones, pequeñas comunidades, etc., apropiadas para las diversas situaciones, edades y necesidades de evangelización y servicio… es una parroquia apagada. Podría abrirse sólo los domingos, y casi nadie se sentiría defraudado.
Pero, el crear grupos no sólo es tarea gozosa de los pastores, lo es de cualquier católico. Donde no haya grupos, créalos tú, comienza sencillamente y el Señor te iré ayudando a levantar un fuego donde sólo había cenizas aisladas. Jesús nos dice: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”. Él quiere estar con nosotros y caldear nuestros grupos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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