Amanece en Nador y, como cada mañana, tenemos la suerte de compartir la Eucaristía con los religiosos de la zona.
Hoy nos toca acudir a la Dar-Hairia, donde las necesidades son diversas y todas las manos son pocas para ayudar: además de acompañar a los enfermeros, hay otras tareas de logística en las que estamos encantadas de echar una mano.
Rápidamente nos ponemos a ayudar con las duchas, a cocinar una tarta o a reparar el muro de la casa, todas las tareas son importantes para el bienestar de las personas.
Después de comer, nos acercamos a los campamentos y conversamos con sus habitantes para ver cuáles son sus necesidades. Nos reciben entre sonrisas a pesar de la dificultad de la situación que viven, e incluso nos ofrecen parte de la cena que están preparando.
Al bajar del monte, nos pasamos por las casas de la Delegación, allí acogen temporalmente a enfermos y mujeres embarazadas o que han dado a luz recientemente. Hoy es día de despedidas, las dos chicas con sus bebés que se encuentran allí salen de la casa. Difícil va a ser olvidar esas caras, esos ojos negros que miran a la vida curiosos, con sus menos de 3 kg. Pedimos al Señor que las acompañe en el camino, que tengan suerte y puedan llegar sanas y salvas a su destino, confiando ciegamente en que algún día lo lograrán.
En Alhucemas, las caras se repiten, pero los momentos son diferentes, hay que estar atento a cada detalle, a cada mirada, pues donde menos te lo esperas allí está Dios para hablarte.
Aquí la Iglesia no está para ser altavoz ni denunciar con su voz, aquí se habla con el lenguaje del amor, cosa que estos chavales dominan de sobra. No entenderán el español pero, gracias a Dios, los abrazos son universales y las miradas no necesitan palabras.
No nos cansamos de dar gracias por la comunidad de Hermanos de la Cruz Blanca que nos acoge, y por los chavales que nos dan una lección de vida cada día.
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