“Dichosos sus ojos, porque ven, y sus oídos, porque oyen”
Ex 19, 1-2. 9-11. 16-20; Sal: Dan 3, 52-56; Mt 13, 10-17.
“Siendo niños –escribía el magnífico Chesterton– éramos agradecidos a quienes nos llenaban los calcetines por Navidad. ¿Por qué no agradecíamos a Dios que llenara nuestros calcetines con nuestros pies?”.
Se nos dieron los ojos para ver y los oídos para escuchar, y el mejor paisaje y la mejor música es Jesucristo. Mirarlo, escucharlo y mirar en la dirección que él mira. En una iglesia de Lahore (Pakistán, en el 2015) había 150 cristianos celebrando su fe. Una joven de 21 años se dio cuenta que un islamista kamikace iba a atentar contra ellos. Y, en lugar de escapar, se echó sobre él y sus bombas y allí murió, salvando así a sus hermanos. Ella miraba en la misma dirección que su Señor Jesucristo, que da la vida para que tengamos vida. Nuestros días están llenos de heroicos cristianos, pero, con frecuencia, sólo miramos las cosas oscuras.
¿Acaso para justificar nuestras apagadas maneras de ser católicos?
¡Danos, Señor, que no ceguemos nuestros ojos y que te miremos a ti!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
0 comentarios