La congregación de las Hijas de la Medalla Milagrosa están realizando un encomiable trabajo en Vietnam. Con seis centros de acogida dedicados especialmente a las personas de los grupos étnicos más minioritarios del país, las hermanas han salvado a más de 700 niños cuyas edades varían entre los pocos meses de edad y los 20 años según informa Global Sisters Report.
Su labor se concentra especialemente en las provincias de Kon Tum, en el centro del país, y en Gia Lai, también en la parte central. Una labor complicada debido a los problemas entre los distintos grupos étnicos y el régimen comunista que gobierna el país.
Las malas prácticas de las etnias
La hermana Imelda Y Biut, de un grupo étnco minioritario del país, afirma que la principal preocupación de los hogares era salvar a los niños huérfanos de las aldeas con diferencias étnicas, que practican algunas costumbres brutales.
Una de ellas es el dor tom ami, que consiste en enterrar vivos a los bebés junto a las madres que mueren en el parto. Esta costumbre se lleva cabo especialmente en las montañas de la región.
Si el hijo es algo mayor, pero aún necesita de la madre para valerse por si mismo y esta muere, es difícil que escape de un triste final. Normalmente se abandona al niño en el bosque de los espíritus, para que haga compañía a su madre en el más allá.
Gracias a la educación y la labor que realizan las monjas, estas costumbres están dejando de llevarse a cabo.
La hermana Francoise Y Hnet, que trabaja en el Hogar Vincent I, apunta que aparte de alojamiento y comida, a los niños se les proporcionan cuidados médicos, valores morales y clases de catecismo.
«Lo más importante es que, aunque sean de grupos étnicos diferentes, los niños viven en armonía y se respetan mutuamente», dice Hnet. Las hermanas han conseguido esto gracias a una esmerada educación en costumbres étnicas, culturas y tradiciones que hacen que los niños convivan con sus diferencias.
Niños que crecen con un futuro
A Nam, ahora padre de familia y profesor, fue acogido por las hermanas en uno de lo orfanatos cuando era pequeño. Gracias a las oportunidades que le brindaron ahora tiene un trabajo estable y una familia. Cosas que el «veía imposibles» siendo un niño.
A Trach, de la etnia Rongao, está casado con Y Lep, huérfana de la etnia Gie, que fue criada en el Hogar Vincent 2. «Es una buena mujer. Sabe como organizar el trabajo en la familia y cuidar de los niños. Me costó mucho ganarme su corazón. Estoy orgulloso de ella», dice Trach sonriendo.
Las hermanas siguen realizando su labor entre más de 40 etnias distintas entre las que ya existen 212.000 católicos.
Autor: Poli Sanchiz.
Fuente: Religión en libertad.
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