El lema que preside la celebración de los 400 años del nacimiento del carisma vicentino (“era forastero y ustedes me acogieron”) causa cierta sorpresa, que obliga a volver sobre el mismo para apropiárselo. Habría sido más natural que el tradicional “evangelizare pauperibus misit me”, rotulara la celebración. La siguiente reflexión se propone explicitar algunas relaciones posibles entre el lema y lo típico del carisma vicentino.
Es probable que la escogencia del lema obedezca a un hecho coyuntural, las migraciones masivas a Europa a causa de los conflictos que se registran en el Medio Oriente; hecho ante el cual no se ha quedado cruzada de brazos la Familia Vicenciana que reside en Europa. Suponiendo que esto sea así y que el hecho de las migraciones va más allá de las regiones geográficas citadas y se extiende por todos los rincones del planeta, en distintas proporciones, esto no nos priva del esfuerzo de hacer propio el lema surgido de los signos de los tiempos (cfr. Constituciones 2). El lema, más allá de la intención de quienes lo propusieron, puede iluminar la celebración de los 400 años en diversos sentidos:
- – Refuerza nuestra identidad como Familia Vicentina. Dado que el lema no identifica rama alguna de la Familia Vicentina quiere decir que las involucra a todas por igual. Es posible que esto lo hayan pensado los que propusieron el lema, pero pudo ser un don de la Providencia que nos llama a todos los Vicentinos a trabajar juntos, atendiendo a los signos de los tiempos (cfr. Constituciones 2). ¿Qué pasos se pueden dar en este sentido de vivir y trabajar juntos como Familia Vicentina?
- – Las víctimas de las migraciones internas y externas reclaman nuestra atención, nuestra acción. Aquí en Colombia, en este momento de búsqueda de estabilización del país, las víctimas (y también los victimarios que a la larga son víctimas), desposeídas de su tierra y de su dignidad (= extranjeros) tendrían que ser una prioridad. Habría que añadir también a esta preocupación a tantos campesinos sin tierra, a los que viven y –desafortunadamente- crecen, sin ley y sin Dios (=extranjeros) en los cinturones de miseria de las grandes ciudades, a las personas que vienen de Venezuela buscando un respiro, o a los que usan el país como lugar de tránsito en su camino a Estados Unidos. ¿En qué iniciativas participamos en favor de las víctimas y victimarios del conflicto?
- – Forastero y pobre, de alguna manera vienen siendo sinónimos; por tanto el lema no es una restricción de la acción en favor de un sector humano específico y excluyente. El forastero es el que tiene hambre y sed, el sin hogar, el desnudo, el enfermo, el encarcelado. La viuda, los huérfanos y los forasteros, son la tríada que usa el AT para identificar a los pobres (cfr. (Dt 10,18-19; 14,28-29; 26, 12-13).). “El Señor hace justicia a la viuda y ama al forastero a quien da pan y vestido” (Dt 10,18) Es posible leer la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) en este sentido; el hombre que cae en manos de los bandidos no tiene nombre, no tiene vestido, es un absoluto extraño, un desconocido, es un pobre, que además no tiene techo donde resguardarse, pasa hambre y sed, y la golpiza sufrida lo ha privado de su libertad para movilizarse. Este extraño, este pobre nos recuerda a todos pero especialmente a los Vicentinos que la respuesta a ¿quién es mi prójimo? , es: “Tú mismo eres el prójimo. Ve y sé obediente en el acto de amor. Ser el prójimo no es una cualificación del otro, sino la exigencia que este tiene sobre mi; nada más” (D. Bonhoeffer, 45), o como diría san Vicente: “Los pobres son nuestros amos; son nuestros reyes; hay que obedecerles; y no es una exageración llamarles de ese modo, ya que Nuestro Señor está en los pobres.” (CEME IX, 1137). También en el documento final de la AG 2016, pobres y forasteros vienen siendo una misma realidad: “Los gritos de los pobres, de los refugiados, de los migrantes, de cuantos han sido excluidos y confinados a las periferias, cada día en mayor número, alcanzan nuestros corazones y nos mueven a contribuir con todas nuestras fuerzas para que nuestra Iglesia llegue a ser como el hospital de campaña donde todos pueden ser acogidos, escuchados y sanados actualizando el Evangelio de la misericordia” (Cfr., Documento Final AG 2016). Así pues el lema no es solo una llamada a atender a los migrantes, sino una llamada a cuidar nuestro lote: los pobres. “No hay en la Iglesia de Dios una compañía que tenga como lote propio a los pobres y que se entregue por completo a los pobres […]; y de esto es de lo que hacen profesión los misioneros; lo especial suyo es dedicarse, como Jesucristo, a los pobres […]. Dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres”. (CEME, XI, 387). ¿Qué tipos concretos de pobreza están esperando nuestra respuesta, nuestra acción?
- – El pobre es siempre forastero, incluso para sí mismo. En el mundo contemporáneo nada está pensado en función del pobre, y tal vez ni siquiera la evangelización de la Iglesia. Consciente de la predilección de Dios por los pobres, la Iglesia invita siempre a darles a ellos su lugar: “los primeros que tienen derecho al anuncio del Evangelio son precisamente los pobres, no solo necesitados de pan, sino también de palabras de vida” (Verbum Domini 107). En el mismo sentido la Congregación de la Misión, a través de las Constituciones (cfr. Constituciones 12; 44), invita a los misioneros a ponerse en el lugar del pobre. La formación sacerdotal y hasta la formación para la vida consagrada (incluida la de congregaciones dedicadas a los pobres) pareciera que corre en sentido inverso a la Encarnación de Cristo que “siendo rico se hizo pobre por nosotros” (2 Co 8,9). ¿Podría pensarse otro estilo de formación de los nuestros? ¿la formación que ofrecemos en los Seminarios Diocesanos deja preocupados a los sacerdotes por darle el puesto principal a los pobres en su acción pastoral. ¿Somos capaces de pensar la acción pastoral en función de la salvación de los pobres?
- – Dios, es el otro forastero que necesita ser acogido[1]. El documento de la AG 2016, constata la progresiva marginalidad de Dios en el mundo contemporáneo, realidad de la que a veces resultamos contagiados y “nos desafía a profundizar nuestra identidad, a cultivar más intensamente nuestra espiritualidad vicenciana” (cfr. AG 2016 “Desafíos”), la cual consiste -para toda la Familia Vicentina- en revestirse del espíritu de Jesucristo enviado por el Padre a evangelizar a los pobres. Por simple que suene, hay un solo modo de acoger a Dios, ese forastero que se hace el encontradizo: “la oración”, esta fue sin duda el motor de toda la acción de san Vicente, el indicador de la eficacia de su oración (cfr. CEME XI, 733[2]). La oración fue prioritaria en la vida del Santo de la Caridad, y ha de serlo también en la vida de los que vivimos de su espíritu hoy: “Si perseveramos en nuestra vocación, es gracias a la oración; si tenemos éxito en nuestras tareas, es gracias a la oración; si no caemos en el pecado, es gracias a la oración, si permanecemos en la caridad, si nos salvamos, todo esto es gracias a Dios y a la oración. Lo mismo que Dios no le niega nada a la oración, tampoco nos concede casi nada sin la oración (CEME XI, 285). Es cierto que no pueden ser ajenas a la Iglesia las preocupaciones y los gozos de la humanidad y mal haría en abstenerse de decir alguna palabra sobre la ética, la política, la economía, las realidades sociales. Pero la Iglesia y sobre todo nosotros vicentinos como Iglesia que somos, hemos de recuperar la conciencia de que estamos en el mundo para que la vida que Jesús ofrece (cfr. Jn 10,10) se haga realidad en la vida de los pobres, esa es nuestra misión: “dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres” (CEME XI, 387). Tal misión parte, se nutre y se transmite a través del arte de la oración, único arte capaz de fabricar un Lugar en el que Dios quiera habitar (cfr. Sal 22,4), parece que aunque Dios está en todas partes sólo habita donde ha sido reconocido (cfr. Ex 40, 34; Lc 24,29-31; Jn 14,23). ¿Practicamos con asiduidad la oración, nos cultivamos y somos maestros de oración?
- – …καὶ συνηγάγετέ με (y me acogieron). El verbo συνάγω implica “la idea de incorporar e integrar al forastero considerándole como uno de la familia o de la comunidad” (I. Goma Civit II, 577), se trata de hacerse cargo de alguien, cuidar de él (cfr. DENT II1151; 1554; Bauer 963; J. Lust II, 453), es decir podría decirse que se trata de una acción que va más allá de calmar una necesidad puntual. Esta segunda parte del lema (“y ustedes me acogieron”) recoge de alguna manera el sentir del documento de la AG 2016: “Los gritos de los pobres […] alcanzan nuestros corazones y nos mueven a contribuir con todas nuestras fuerzas para que nuestra Iglesia llegue a ser el hospital de campaña donde todos pueden ser acogidos, escuchados y sanados”, donde los pobres lleguen a ser nuestros hermanos y no simples usuarios de nuestra acción caritativa. En fin, la segunda parte del lema de los 400 años de la celebración del nacimiento del carisma vicentino, describe y reta nuestro servicio a los pobres, quienes han de ser servidos con espíritu de fe (cfr. CEME IX ,25; XI, 726), conducidos a Dios (cfr. CEME IX, 238; XI, 266-269), atendidos con “alegría, entusiasmo, constancia, amor” CEME (IX,534), humildad, mansedumbre, tolerancia, paciencia y respeto (CEME IX, 1194), o en pocas palabras han de ser servidos espiritual y materialmente. ¿Somos ambiciosos en crear y ofrecer una evangelización integral que sirva a la salvación de los pobres?
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[1] ¡Salvador mío Jesucristo, que te santificaste para que fueran santificados los hombres, que huiste de los reinos de la tierra, de sus riquezas y de su gloria y sólo pensaste en el reino de tu Padre en las almas: Si tú viviste así para con un otro tú, ya que eres Dios en relación con tu Padre, ¿qué deberemos hacer nosotros para imitarte a ti, que nos sacaste del polvo y nos llamaste a observar tus consejos y aspirar a la perfección? ¡Ay, Señor! Atráenos a ti, danos la gracia de entrar en la práctica de tu ejemplo y de nuestra regla, que nos lleva a buscar el reino de Dios y su justicia y a abandonarnos a él en todo lo demás; haz que tu Padre reine en nosotros y reina tú mismo haciendo que nosotros reinemos en ti por la fe, por la esperanza y por el amor, por la humildad, por la obediencia y por la unión con tu divina majestad. Al hacer así, tenemos motivos de esperar que algún día reinaremos en tu gloria, que nos has merecido con tu preciosa sangre. (CEME, XI, 442-443
[2] Amemos a Dios, hermanos míos, amenos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia, y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque muy buenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando no se llega a la práctica del amor efectivo: “Mi Padre es glorificado, dice nuestro Señor, en que deis mucho fruto”. Hemos de tener mucho cuidado en esto; porque hay muchos que, preocupados de tener un aspecto externo de compostura y el interior lleno de grandes sentimientos de Dios, se detienen en esto; y cuando se llega a los hechos y se presentan ocasiones de obrar, se quedan cortos. Se muestran satisfechos de su imaginación calenturienta, contentos con los dulces coloquios que tienen con Dios en la oración, hablan casi como los ángeles; pero luego, cuando se trata de trabajar por Dios, de sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar a la oveja descarriada, de desear que les falte alguna cosa, de aceptar las enfermedades o cualquier cosa desagradable, ¡ay!, todo se viene abajo y les fallan los ánimos (CEME XI, 733).
Fuente: corazondepaul.com
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