«Mi querida hija: ¡Cómo me consuela su carta! Le confieso que el sentimiento se ha extendido por todas las partes de mi alma».
«¡Qué le diré ahora de aquél a quien su corazón ama con tanta ternura en nuestro Señor! He de acabar diciéndole que mi corazón guarda un tierno recuerdo del suyo en el de nuestro Señor».
«Mi corazón no es ya mi corazón, sino suyo, en el de nuestro Señor».
Le escribo «para agradecerle ese frontal tan hermoso y elegante que nos ha enviado, que ayer creí que me arrebataba el corazón de placer de ver el suyo allí metido, y este placer me duró ayer y hoy con una ternura inexplicable».
Y santa Luisa manifiesta su afecto en la frase que escribió en el interior de una carta: “Respuesta de nuestro honorable padre en enero de 1656 a esta carta del señor abad de Meilleraye, en la que se debe señalar el espíritu de humildad, de mansedumbre, de tolerancia, de prudencia y de firmeza, y particularmente el espíritu de Dios en él, por lo que debemos creer que actúa siempre según los efectos que Dios le hace conocer, por lo cual, que Él sea eternamente glorificado” (SV, I, c. 23, 28, 127, 110; V, 507 nt. 8).
Trozos de cartas de san Vicente a santa Luisa, manifestando una amistad entrañable.
Reflexión:
- Cuando Vicente de Paúl se encontró con la señorita Le Gras -en las navidades de 1625- ella había cumplido 33 años, tenía un hijo de once años y un marido enfermo de muerte. De aquí en adelante, Luisa de Marillac quedó tan unida a Vicente de Paúl, que la persona de este hombre se proyectará continuamente en su vida, mientras que ella será el soporte firme de innumerables obras de caridad. Veneró y amó profundamente en Dios a Vicente de Paúl y este la amó tiernamente en nuestro Señor. Fueron amigos toda la vida con una amistad sincera, alejada de todo el peligro del que alertaban a las Hijas de la Caridad: “Se acordarán de tener gran respeto a los sacerdotes, principalmente al que está en el hospital, con el que no deben tener ninguna familiaridad y si la necesidad requiere que le hablen, lo harán siempre las dos juntas o una de ellas acompañada de otra persona” (E 55).
- El fundamento de su amistad residía en la bondad que cada uno veía en el otro o en la otra; se apoyaban en la igualdad que el sacerdote daba a la Señorita sin querer imponerse, y en la unión afectiva que se creó entre los dos. Fue una amistad que convirtió a dos personas en una sola para el bien de los pobres.
- Y quisieron que la vivieran las Hijas de la Caridad en la comunidad, considerada como un grupo de amigas que se quieren, porque necesitan la amistad, de lo contrario la Hermana queda en soledad y la comunidad se rompe. Los destinos no matan las amistades. Son conocidas las personas que confiesan emocionadas que allí por donde pasan dejan buenas amistades. Lo que destroza la comunidad es que las Hermanas no encuentren amigas dentro de la comunidad las busquen fuera (IX, 797). Es un motivo por el que san Vicente y santa Luisa insistían en que tuvieran un tiempo de recreación todas juntas. Pues la amistad se sustenta en el trato frecuente y cordial de las personas, que llegan a conocerse, a tolerarse y a amarse. Sin amor no existe la amistad de compartir el mismo proyecto vocacional.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Hoy día tiene realidad la frase que suele decirse, amigos en todo y para siempre?
- Los padres de familia ¿deben ser amigos de los hijos? ¿En qué sentido?
- ¿Hay sinceridad entre los amigos y amigas? ¿y veracidad? ¿y libertad? ¿y respeto?
- ¿Te atreverías a decirle a un compañero o amigo sus defectos? ¿Y aceptarías que él o ella te los dijera a ti?
Benito Martínez, C.M.
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