Santa Luisa afirmaba que la confianza en Dios es uno de los dos puntales de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Y se lo explicaba a san Vicente:
“No sé si me engaño, pero me parece que Nuestro Señor querrá siempre más confianza que prudencia para conservar la Compañía, y que esta misma confianza hará actuar a la prudencia en las necesidades sin que lo advirtamos; y me parece que la experiencia lo ha dado a conocer así en diversas ocasiones cuando la pereza de mi espíritu lo ha necesitado” (c. 545 y 546).
Reflexión:
- La confianza es el aire que envuelve las calles y las casas de cualquier sociedad y permite a los hombres poder respirar; sin confianza no se puede vivir. Los hombres tenemos que afrontar en la vida peligros y dificultades, difíciles de vencer sin la ayuda de otros, sin una casa o comunidad donde acogernos. Estos apoyos y esta comunidad nos infunden seguridad para andar por la vida sin titubeos.
- En las relaciones con la gente hay peligro de que los vicencianos se vuelvan desconfiados y se olviden de que en el fondo los hombres somos generosos. ¡Qué seguridad nos da un médico en quien confiamos, aunque no pueda curar todas las enfermedades ni detener la vejez!
- En medio de un mundo materializado la confianza se convierte en la biga que sostiene a la Familia Vicenciana para solucionar los conflictos cotidianos. La confianza viene a ser la luz que facilita las relacionarse con otros, mientras que la desconfianza introduce la sospecha, la suspicacia y los celos que enrarecen el aire y causan la muerte por asfixia. En el trabajo, en las compras y en las relaciones sociales, o nos fiamos unos de otros o la vida se hace insoportable. Suele decirse que es insensato fiarse de todos, pero no confiar en nadie es una locura más insensata aún.
- La desconfianza engendra dudas y quien camina dudando se tambalea y se cae. Para caminar firme hay que confiar en uno mismo, en sus cualidades, muy superiores a los defectos. ¡Cuántas ocasiones fallidas por desconfiar de nuestras posibilidades! Sentirse útiles en la vida y ser valorado es vital en todos los hombres. Perder la confianza en uno mismo es matar la ilusión por el futuro.
- Confiar también en los amigos. ¡Qué emoción dan los buenos amigos! Y necesitamos tener amigos y amigas dentro de la Familia Vicenciana para no vivir en soledad. Se necesita confiar en las personas para que no se apague el amor.
- Y, sobre todo, confiar en Dios. Quien confía en Dios no se considera superior a los demás, pues reconoce que Dios le ha dado la fuerza. No se trata de ignorar el propio esfuerzo. Es imprescindible para trabajar con ilusión, pero acompañado del reconocimiento que todo nos lo da Dios. Confiar en Dios porque somos débiles, impide defender lo indefendible y destruye los prejuicios que nos llevan a negar toda evidencia. Si confiamos en Dios, hemos arrancado de la vida comunitaria y de servicio el dogmatismo que no admite crítica alguna.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Has dejado de hacer cosas por no confiar en ti? ¿Te arrepientes de no haberlo hecho? La confianza se debe ganar, ¿das pruebas de merecer la confianza?
- ¿Eres responsable del trabajo o encargos que te encomiendan? ¿Y de los secretos que te confían, sin descubrirlos a otras personas? ¿Cumples la palabra dada, aunque te perjudique?
- ¿Siempre hablas bien de quien está ausente?
Benito Martínez, C.M.
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