Ez 37, 12-14; Sal 129, 1-8; Rom 8, 8-11; Jn 11, 1-45.
“Yo soy la resurrección”
No es posible comentar el magnífico relato de la resurrección de Lázaro en unas breves líneas como éstas. Mucho desearía que lo leas y releas despacio. Lo primero que aparece es el mundo de las relaciones de Jesús con esta familia. Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro, ellos lo amaban a él y además se amaban entre sí. Y mientras Jesús está refugiado en la otra Betania transjordana, recibe el aviso de la enfermedad de su amigo. Pero él se retrasa, de tal manera que llega a la Betania vecina de Jerusalén, al cuarto día de la muerte de Lázaro.
Según la mentalidad judía de la época, al cuarto día de la muerte ya nada se puede hacer con el difunto.
No es el caso de muertes recientes como las de la niña de Jairo o el joven de Naim. De ahí la negativa objeción de Marta a Jesús: “Señor, ya huele, es el día cuarto”. Es decir, ya nada puedes hacer. Y la respuesta de Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”.
La resurrección de Lázaro significa que Jesús puede contra la muerte. Una vez vencida, ya no es invencible. En el fragmento está el todo. Y es, esta resurrección, como prólogo y profecía de la propia Resurrección de Jesús. El negro telón ha sido roto. Hay salida. No somos para la muerte. Jesús es la vida y la resurrección. Y estamos destinados a compartirla con él por los siglos de los siglos. Y, hoy y aquí, a abrirnos del todo a Él.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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