Sab 2, 1.12-22; Sal 33; Jn 7, 1-2. 10. 25-30.
“El Señor no está lejos de sus fieles”
En la época de Jesús, las tradiciones en torno a la Ley se transmitían de manera institucional, mediante un maestro. Y un nuevo maestro tenía que acreditar, para poder enseñar, que había sido discípulo de un maestro reconocido o determinado. Para los judíos, Jesús no puede acreditar que haya tenido un maestro reconocido, y por tanto niegan la autoridad de sus enseñanzas, sus palabras. La cuestión de fondo es el origen de la autoridad de Jesús.
San Juan nos dirá que todo lo que Jesús dice y hace tiene su origen en su Padre, por lo tanto, su enseñanza es la enseñanza del Padre que le envió. La acusación de Jesús a los judíos es que están totalmente condicionados por la apariencia. Juzgan de acuerdo con lo que pueden medir, ver y tocar y, por tanto, les basta con la ley. De algún modo, en la actualidad, la autoridad y las enseñanzas de Jesús están en “entre dicho”, por la misma razón, nos dejamos llevar por una lógica de las evidencias. Si me das, te doy; si me hablas te hablo; si me favoreces, te favorezco; si me perdonas, te perdono. No hay gratuidad sólo reciprocidad. Para este modo de pensar, es difícil dejarse llevar y confiar en una lógica divina, ya que no siempre responde, según nosotros, a nuestras necesidad de tiempo y modo, por ejemplo, perdona mucho aunque no te perdonen, sé generoso aunque ni las gracias te den, sirve aunque ni te lo pidan.
Jesús revela la verdad y en él no hay falsedad y para buscar hacer la voluntad de Dios hay que tomar una decisión: aceptarlo a él y sus enseñanzas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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