“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
Is 7, 10-14; Sal 39; Heb 10, 4-10: Lc 1, 26-38.
El saludo del ángel, alégrate, favorecida, el Señor está contigo (v. 28). Era el saludo normal para la época, pero es de llamar la atención, que las primeras palabras de parte de Dios a los hombres sean una invitación a la alegría. Es lo que escucha María: alégrate. El motivo de la alegría es Jesús. El autor del Eclesiastés (s. II a.C), ya había tenido la sensación de que los bienes materiales como la riqueza, las propiedades, el poder, el placer e incluso la sabiduría no podían ofrecerle una satisfacción completa y duradera. Al igual que este autor, muchas personas andan buscando, deseosos de obtener algo o a alguien que les proporcione la felicidad que necesitan. La pregunta es ¿estarán buscando a la persona correcta?
La buena noticia para todos nosotros es, que ese alguien es Jesús. Su nombre significa “Dios salva”. Jesús es la promesa cumplida. Dios cumple pero de manera novedosa: más comprensivo, tierno, audaz, amigo, alegre. Y María delante de este don, hace su parte, está abierta a la novedad de Dios. Es una mujer disponible al extremo: He aquí la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho. Es una actitud de humildad, de dependencia a Dios, de total apertura a la voluntad de Dios. Sólo con esta actitud y en total libertad, como la de María, el Espíritu de Dios puede llevarnos al siguiente nivel de felicidad tan deseado: la plenitud en la vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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