“Sálvanos, Señor, tú que eres misericordioso”
Dn 3, 25. 34-43; Sal 24; Mt 18, 21-35.
Posiblemente, al igual que Pedro, nos preguntamos: ¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? Y lo primero que necesitamos pensar es: ¿Cuántas veces necesito que me perdonen los demás? Con esta motivación se narra la siguiente parábola. Para que surta efecto la parábola, es necesario plantarnos en el papel de alguno de ellos, les sugiero que sea: aquel que debía diez mil talentos (tú). En la primera escena, este deudor (tú), presentado ante el rey no tenía con que pagar la deuda, el señor ordenó que para saldarla, lo vendieran a el (a ti), con su mujer, sus hijos y todos sus bienes. El deudor (tú) arrojándose a sus pies le suplicó: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. El señor se compadeció (de ti), (te) dejó ir y (te) perdonó lo que le debías.
Cuando este salió (tú), se encontró en una situación muy similar, sólo que ahora era a (ti) a quien un compañero te debía cien denarios, ¡mucho menos que lo que (tú) debías y de lo que te fue perdonado! Lo tomó (tomaste) con fuerza y casi ahorcándolo, le dijiste: ¡págame lo que me debes! Se repite la escena: éste (te) suplicó de la misma manera: ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Seguro esperamos la misma respuesta (de ti): se compadeció y le perdonó… pero no. Lo metiste en la cárcel hasta que te pagará todo lo que te debía. ¡Si Dios es generoso perdonándonos, ¿porque no hemos de ser generosos con los demás en el perdón?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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