Sed y hambre de Dios, la justicia y el amor

por | Mar 15, 2017 | Cuaresma, Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 Comentarios

Remediando su sed y su hambre, Jesús nos da ejemplo, para que hagamos lo que él y nos saciemos realmente.

Como cualquier hombre, Jesús siente cansancio, hambre y sed.  Así pues, descansa él sentado junto al pozo de Jacob en Sicar, llegada la hora de más calor.  Allí espera a los que se han ido a comprar comida.  Y al venir a sacar agua una samaritana, el judío le pide de beber sin titubeo.

La petición sorprende a la samaritana.  Es que ésta mira a Jesús desde la animosidad entre los judíos y los samaritanos.  Está atrapada la samaritana en el modo acostumbrado de pensar.

Jesús, en cambio, rompe esquemas.  Introduce él algo nuevo, abandonando, por así decir, «el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”» (EG 33).

El sediento se revela como el dador del agua viva.  A continuación, lleva a la samaritana a reconocer su propia sed.  La sedienta admite además que el agua del pozo no basta para saciar la sed.  Por consiguiente, la supuesta dadora se convierte en solicitadora.  Pide ahora:  «Señor, dame esa agua:  así no tendré más sed … ».

Sed insaciable

Y aprovecha Jesús la solicitud para demostrar, con un ejemplo, la imprescindibilidad del agua viva y cristalina.  La sed humana permanecerá insaciable no sea que dejemos de beber el agua del pozo de Jacob.  Del pozo bebieron no solo Jacob y sus hijos sino también sus ganados.  ¿No estaría contaminada el agua estancada de ese pozo?  La mujer samaritana, bebiendo agua contaminada, pasa sin saciarse, de un marido a otro.

Pero no solo se enfrenta la samaritana con su insaciabilidad.  Resulta que ve ella además que está en la presencia de un profeta.  Y de él espera un pronunciamiento claro.  ¿Es de los samaritanos el culto verdadero o es de los judíos?

Aclara, pues, Jesús que ya no importará tanto el lugar del culto.  Es que ya llega la hora «en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad».  Ese culto es propio de los que imitan a Jesús.  En ellos, se convierte el agua que da Jesús en un manantial de agua que salta hasta la vida eterna.

Nuestro Maestro responde a su sed, dando de beber a los sedientos.  Les asegura también que Dios está con ellos.  Es que, por último, toda sed humana apunta a la sed de Dios y de amor.  Y no puede haber amor si no va acompañado de justicia (SV.ES II:48).

Y la comida de Jesús es hacer la voluntad de Dios y llevar a término su misión.  La cumple el Misionero, entregando sediento el espíritu por los pecadores.

Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo.

19 Marzo 2017
Domingo 3º de Cuaresma (A)
Ex 17, 3-7; Rom 5, 1-2. 5-8; Jn 4, 5-42

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