Jer 18, 18-20; Sal 30; Mt 20, 17-28.
“Sálvame, Señor, por tu misericordia”
Apenas si podemos imaginarnos la escena, Jesús anuncia su pasión, muerte y resurrección, en contraste con la petición de honor y poder para sus hijos de parte de la mamá de dos de los discípulos. Esta petición nos indica esa confusión de creer que el seguimiento de Jesús trae como consecuencia honor, poder, éxito, y capacidad para estar por encima de los demás. Jesús reacciona de manera inmediata aclarando el punto: “no saben lo que piden”.
Desafortunadamente es un tentación y estilo de vida del que participamos muchos. Buscamos honor, reconocimiento personal, puestos privilegiados en la sociedad en recompensa por nuestro “servicio” a la iglesia. En el ámbito personal, llegamos a creer que para afirmar nuestra propia vida delante de otros e inseguros por alcanzar la felicidad, éxito, bienestar, libertad, es necesario estar por encima de los demás y dominarlos. ¿Acaso no es esto una manera de tergiversar el evangelio y manipular la religión según nuestros propios intereses?
El evangelio reiteradamente nos lo va a indicar, solo hay un camino: El que quiera ser grande y primero tiene que renunciar al poder sobre los demás y aprender a servir desde la convicción del amor fraterno. Muchos han alcanzado el éxito a costa de los demás y no han experimentado la plenitud de la vida, quizás porque no se han dado cuenta que sólo se puede vivir cuando se hace vivir a otros.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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