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Sir 17, 20-28; Sal 31, 1-2. 5-7; Mc 10, 17-27.
«Jesús lo miró y sintió cariño por él”. Pero el joven rico se marchó apesadumbrado y triste. ¿Por qué? ¿Qué había en medio capaz de separarlos?
San Francisco de Sales decía que hay algo en el hombre que lo atrae hacia Dios, como el hierro es atraído por un imán. “Cuando un imán no atrae a un hierro es porque algo pasa. O es que entre ambos se interpone un diamante, o es que el hierro está recubierto de grasa, o es que el hierro pesa mucho, o es que está a demasiada distancia del imán. Cuando uno no se siente atraído por Dios es, o porque entre ambos se interpone las riquezas (diamante), o porque está sumido en la sensualidad (grasa), o porque se ama demasiado a sí mismo (exceso de peso), o porque los pecados lo han alejado excesivamente de Cristo”.
Entre el joven del evangelio y Jesús se interponían las riquezas. Jesús le pidió que las diera a los pobres, y lo siguiera. Pero él no quiso hacerlo, lo poseían a él; y se marchó lleno de triste pesadumbre. ¿Hacia dónde?
¿Qué es lo que se interpone entre tú y el amor de Jesucristo? ¿Qué nos impide dejarlo que sea nuestro Señor y Maestro? ¿Los bienes, el afán de ellos, la sensualidad, las ideologías del mundo, el qué dirán los demás? ¡Danos, Señor, que de una vez te digamos sí con toda nuestra vida! Amén.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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