Nueva etapa en la historia de la Compañía de las Hijas de la Caridad
Si comparamos el pasado con la situación actual, concluimos que ha llegado una nueva etapa en la historia de la Iglesia y de las Hijas de la Caridad. Para la sociedad actual la Compañía no es lo que era. No hace muchos años, el pueblo consideraba a las Hijas de la Caridad como unas monjas dedicadas por entero a recoger a los más pobres que no podían pagar su salud ni su educación o no tenían con qué sostenerse. La Hija de la Caridad era inseparable de los más pobres. Los organismos civiles las veían como bienhechoras de los pobres y les entregaban los establecimientos de beneficencia. Algunos decían que por ser empleadas baratas, otros porque eran eficientes. Al abundar el trabajo, sus puestos eran despreciados porque consideraban de poca categoría trabajar en la beneficencia, porque los salarios eran bajos y porque veían en esos quehaceres algún aspecto desagradable. De ahí que su servicio fuera considerado como una obra social y se las dispensara de muchos impuestos. En la actualidad se ha reconocido su labor y con un aplauso generalizado, en 2005 el gobierno español les otorgó el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
Hoy todo ha cambiado. La gente ni se fija en ellas. Son pocas y no hacen sombra en los trabajos, aunque sean seguros, bien remunerados, y, debido a los adelantos técnicos, ningún aspecto aparezca desagradable. Los gobiernos y la dirección tampoco las necesitan, pues los puestos de trabajo son ocupados al instante y su salario es equiparable al de otras operarias seglares que trabajan tan eficazmente como ellas.
Hoy día la Hija de la Caridad, es una mujer indefensa, humanamente hablando, ante las nuevas culturas y situaciones del mundo moderno. En la sociedad actual una Hija de la Caridad ya no encuentra nada social o religioso en qué apoyarse. Hoy tiene que ser fuerte, sostenida sólo por su fe y por su vocación. En medio de un mundo incrédulo es una de tantas, y su proyecto, en cuanto entrega radical a Dios, causa irritación, burla o desprecio. Y si su objetivo de servir a los pobres es aceptado, queda nublado por el hecho de encontrar también seglares que se ocupan de lo mismo.
No es nada nuevo. Las primeras Hermanas también sintieron la influencia de su mundo, como sugería santa Luisa: “Creo, señor, que el regreso de Sor Renata Priot habrá enfriado mucho a las pretendientes que deseaban venir con nosotras. Hace falta mucho corazón y gran firmeza para perseverar, ya que no tenemos más que la obediencia para sujetarnos y que con frecuencia estamos expuestas al peligro del desaliento en muchas ocasiones. Es una pena tener que probar a tantos espíritus tan diversos y perder tanto tiempo y tantos años empleados en servirlas para formarlas y que luego la flaqueza nos las lleve” (c. 293).
Situación actual de la Compañía
A esta nueva etapa de la historia quiere acomodarse la Compañía. De acuerdo con el n. 2 del Decreto Perfectae Caritatis, las Hijas de la Caridad tienen en cuenta “el retorno a la primigenia inspiración y, al mismo tiempo, una adaptación a las cambiantes condiciones de los tiempos”. Conviene, por ello, evaluar la relación que existe entre el retorno a la primigenia inspiración y la adaptación a las cambiantes condiciones de los tiempos.
Para las Hijas de la Caridad la Compañía es el lugar donde desarrolla su vida. Vive dentro de la Compañía y sirve a los pobres desde la Compañía. En ella ha nacido a una nueva vida, se ha consagrado a Dios y ha transformado su ser. Al entrar en la Compañía se le asigna una comunidad de mujeres que forman un grupo de amigas que se quieren. De aquí en adelante vivirá con ellas y sus vidas quedan íntimamente entrelazadas en solidaridad. Toda su vida y su servicio tienen a la Compañía como punto de referencia.
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