«¡Óyeme niña, levántate!»
Heb 12, 32-40; Sal 21; Mc 5, 21-43.
Marcos nos regala dos grandes señales de Jesús, la curación de la hemorroisa y la resurrección de la hijo de Jairo, jefe de la sinagoga, que le suplicaba: “Mi hija está agonizando; ven e impón tus manos sobre ella para que se mejore y siga viviendo”. Y la mujer enferma se dice: “Si logro tocar, aunque sólo sea su ropa, sanaré”.
¡Qué firmeza de fe! El padre pide con toda seguridad a Jesús la vida de su hija. Y la mujer lo toca con la certeza de ser curada.
En plena noche la casa comienza a arder. Los padres y los hijo salen precipitadamente, se ven impotentes para controlar el fuego.
De pronto se dan cuenta de que falta el niño más pequeño, de cinco años de edad; asustado por la llamas, el niño, en vez de salir, se había refugiado en la planta alta.
¿Qué hacer? Entrar en aquel infierno sería una locura.
Inesperadamente se abre una ventana del piso alto, y el niño se asoma desesperado. El padre lo ve y le grita.
¡Échate abajo! Debajo de sí el niño sólo ve humo y fuego, y dice: Papá no te veo. El padre le contesta con gran decisión: ¡Tu échate abajo, porque yo sí te veo”.
El niño se arroja de la ventana, y cae sano y salvo en los fuertes brazos de su padre.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
0 comentarios