Heb 11, 32-40; Sal 30; Mc 5, 1-20.

“Espíritu inmundo, sal de este hombre”

Nos enfrentamos a una escena de expulsión no de uno sino de muchos espíritus malos, de tal manera que el poseído no puede ser retenido con nada. Sólo la presencia de Jesús le trae la liberación y la paz: “al divisar a Jesús, fue corriendo y se echó de rodillas a sus pies”.

Jesús dialoga con el espíritu malvado y hace trato con la legión que tiene aprisionado a aquel hombre. La presencia de Jesús destruye el mal. “Los espíritus le rogaban: envíanos a esa piara y déjanos entrar en los cerdos… en un instante las piaras se arrojaron al agua desde lo alto del acantilado y todos los cerdos se ahogaron en el lago”. Jesús libera al hombre de su impureza desterrando el mal.

El poder de Jesús causa temor entre los habitantes de aquellas tierras que le piden amablemente que se retire a otro lugar. Ahora el curado será enviado a dar testimonio de los sucedido con él: “Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti”.

“Señor, el que no saboreó tu amor, es como el que nunca llegó a vivir. Concédeme, Señor, experimentar tu amor, pues en él quiero hundirme y morir”.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.