El Hijo único es quien revela a Dios. Sin Jesús, no podemos ni conocer a Dios ni alcanzar la salvación.
Nadie conoce al Padre sino el Hijo. Y pueden conocer al Padre solo aquéllos a quienes se lo quiera revelar el Hijo. De ahí la imprescindibilidad de Jesús.
Necesitamos además a Jesús, ya que la vida eterna está en conocerlo y en conocer al único Dios verdadero. Por el conocimiento de Dios y de Jesús abundan la gracia y la paz en nosotros.
Dar importancia al conocimiento no quiere decir que conocer es solo cuestión de la mente.
Conocer tiene que ver con todo nuestro ser. Es comprender, aprehender, captar, penetrar. Connota, pues, compenetración, intimidad, sintonía.
El conocer cristiano se refiere además al conocimiento entre el Padre y Jesús. Señala también al buen pastor que da la vida por las ovejas. Él conoce a las suyas y las suyas lo conocen. Porque las ovejas conocen la voz del pastor, con solo escucharla, en seguida lo siguen.
La orientación o la opción fundamental, pues, de los discípulos es la del Maestro. Por eso, aunque a punto de morir, se ocupan todavía de los demás. Tal vez sus últimas palabras serán como las del moribundo Robert F. Kennedy: «¿Están bien todos?». Pero como Jesús les da vida eterna a los suyos, ellos no perecerán para siempre y nadie los podrá arrebatar de su mano.
La revelación es clave para quienes buscan conocer a Dios.
El conocer auténtico quizás nace de la curiosidad y la maravilla de los que se confiesan no sabérselo todo. Pero lo decisivo es abrirse los curiosos y maravillados a la comunicación divina. De esta manera llega a conocer Juan al Cordero de Dios. Y como talia, la palabra aramea galilea no solo significa cordero, sino hijo y siervo también, es de suponer que Juan conoce al Cordero de Dios igualmente como el Hijo y el Siervo de Dios.
Dos discípulos de Juan, luego de apuntar él al Cordero de Dios, aceptan la invitación: «Venid y veréis». Así patente queda que, por esa convivencia, quienes invocan el nombre de Jesús se convierten en discípulos, según la voluntad divina. Y la práctica de ésta es todavía mejor que la práctica de la presencia de Dios (SV.ES XI:213). Es mejor que los sacrificios también.
Los verdaderos seguidores de Jesús ven además más allá de las apariencias. Homejanean «al despreciado, al aborrecido por las naciones, al esclavo de los tiranos». Reconocen que el elevado sobre la tierra es el mismo que dice: «Yo soy». Les resulta evidente también que quien entrega su cuerpo y derrama su sangre es el Cordero pascual verdadero y vivificador.
Padre glorioso, concédenos, por tu Espíritu, conocer mejor a Jesús y amarlo e imitarlo, a fin de que asimismo te conozcamos.
15 Enero 2017
2º Domingo T.O. (A)
Is 49, 3. 5-6; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34
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