“Estén preparados…”
Is 2, 1-5; Sal 121, 1-9; Rom 13, 11-14; Mt 24, 37-44.
Hoy comenzamos el tiempo de Adviento del Jesús que vino, viene y vendrá. Celebramos también, en este día, la fiesta de la Medalla Milagrosa. Ella es la Virgen del Adviento. “Ahora nuestra salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer”, nos dice la segunda lectura. Y de de la mano de la Virgen María podremos gozosos acoger al Salvador que nos la trae.
En los años 30s del siglo XIX los tiempos estaban revueltos en Francia. Los ilustrados burgueses engordaban su poder, su ideología y sus leyes, mientras los pobres eran explotados, utilizados e inundados de parásitos anticristianos. Ofensivas de fuera y decadencia de dentro. Y el Jesús que vino a evangelizar a los pobres (Lc 4, 18), para seguir haciéndolo, envió a su mejor catequista, la Virgen María. Era el 27 de noviembre de 1830, y ella se llegó a una sencilla campesina, Catalina Labouré para reanimar la fe y dejarles un humilde memorial –la Medalla– para curar sus cuerpos y reanimar sus almas en la fe de Jesucristo.
Era un pequeño signo, como estos otros signos que acogemos en el Adviento –una reconciliación, un retiro, unas sencillas Posadas– para reanimar nuestra espera y nuestra caminata cristiana.
El pueblo te nombró Milagrosa por tantos prodigios de Dios como hacías; sigue hoy haciéndolos. ¡Los necesitamos mucho! Sin ti, nuestro Adviento peligra volverse frío y desabrido, ¡abríganos, madre, abriga nuestra fe para que arda! Amén.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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