«La Encarnación, aquí y ahora»: este es el tema que nos propone el P. Tomaž Mavrič, CM, para el tiempo de Adviento, en una carta dirigida a toda la Familia Vicenciana, que a continuación reproducimos.
Después del texto encontrarás enlaces para descargarla en varios idiomas.
Roma, 18 de noviembre de 2016
A todos los miembros de la Familia Vicenciana.
Queridos hermanos,
¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!
En mi carta para la fiesta de nuestro Fundador, el 27 de septiembre, los animaba a reflexionar sobre San Vicente de Paúl como un “Místico de la Caridad”, y señalaba que las fuentes principales de nuestra inspiración, además de la Santa Biblia, son las Reglas Comunes, escritas y entregadas por el mismo San Vicente, y también nuestras Constituciones.
Fue en esa carta donde expresé mi deseo de corazón, animación, y le pedí a cada miembro de nuestra “Pequeña Compañía” que abrazara nuestras Reglas Comunes y Constituciones como herramienta inseparable para el desarrollo de nuestra vocación, nuestro camino hacia la santidad, nuestra misión, confiada a cada uno de nosotros por Jesús, ¡Evangelizador de los Pobres!
Desde esa carta han pasado dos meses. Es desde este punto que quisiera iniciar esta reflexión de Adviento.
Vicente mismo, al final de las Reglas Comunes, le pide a cada uno de nosotros leerlas cada tres meses. Ahora tenemos nuestras Constituciones al igual que las Reglas Comunes. A manera de animarlos le pregunto a cada uno de los cohermanos lo siguiente:
- ¿llevo conmigo mis Reglas Comunes y mis Constituciones junto con mi Santa Biblia y mi Breviario?
- Tal como hago con mi Biblia y mi Breviario, ¿leo – oro un pequeño pasaje de las Reglas Comunes o Constituciones todos los días?
- Desde la fiesta de San Vicente hace dos meses, ¿he sido capaz de iniciar lectura – orante de las Reglas Comunes o de las Constituciones para poder terminarlas al concluir estos tres meses?
Queridos cohermanos, de todo corazón les animo a cada uno de ustedes a ayudarse mutuamente para seguir caminando por este sendero, o reembarcándose en el mismo. Animo a todos los Visitadores, al igual que a los Superiores Locales, para que sean la fuente de inspiración, ánimo y ejemplo para todos los cohermanos en los niveles local y provincial.
Será entonces después de otros tres meses que cada uno de nosotros, individualmente, seremos capaces de responder nuevamente a las tres preguntas ya mencionadas. La meta es profundizar nuestra vocación y seguir caminando en el sendero de la santidad y de nuestra misión.
Cada tiempo del año litúrgico es un don para nosotros. El tiempo de Adviento es un regalo que Dios nos hace.
«La Encarnación» es uno de los misterios centrales de la espiritualidad de san Vicente de Paúl. Todo el Adviento, así como la Navidad y su tiempo litúrgico centran su mensaje en el misterio de la Encarnación.
La Encarnación significa que Dios se ha hecho hombre. Dios se hace ser humano como nosotros. Dios se abaja a nuestro nivel. Dios se identifica con cada persona individualmente, desde el comienzo de la humanidad hasta el final del mundo.
Jesús se encarna cotidianamente, una y otra vez, en todos los rincones del mundo. En cada concepción, al comienzo de cada vida humana, Jesús se encarna de nuevo. Por consiguiente, la presencia real de Jesús en la persona humana, su Encarnación, debe ser reconocida en cada periodo de la historia humana, en todos los ámbitos del desarrollo humano: la fe, la cultura, la ciencia, la educación, la política, etc…
Este Jesús que ha sido concebido, que ha nacido, que ha sufrido, que ha muerto y resucitado de entre los muertos, vive « AQUÍ Y AHORA »; tiene sed y desea volver a ser descubierto por nosotros, para renovar y profundizar nuestra cercanía con Él, nuestra amistad, el amor entre Él y yo.
San Vicente de Paúl nos ha dejado en sus escritos, entre otros, los siguientes pensamientos sobre la Encarnación:
Y porque, según la Bula de fundación de nuestra Congregación, debemos venerar de una manera especialísima los inefables misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, procuraremos cumplirlo con el mayor cuidado y de todos los modos que podamos, pero principalmente cumpliendo estas tres cosas. 1. Hacer frecuentemente y en lo íntimo del corazón actos de fe y de religión sobre estos misterios. 2. Ofrecer todos los días en su honor algunas oraciones y buenas obras, y especialmente celebrar sus festividades con solemnidad y con la mayor devoción que nos sea posible. 3. Haciendo todo cuanto esté de nuestra parte para que, por medio de nuestras instrucciones y buenos ejemplos, estos misterios sean conocidos y venerados por todos los pueblos. (Reglas comunes de la Congregación de la Misión, X, 2).
Y porque, para venerar perfectamente estos misterios, no puede darse medio más excelente que el debido culto y el buen uso de la Sagrada Eucaristía, ya la consideremos como sacramento, ya como sacrificio, teniendo en cuenta que contiene en sí como un compendio de los demás misterios de la fe, y que por sí misma santifica y finalmente glorifica las almas de los que celebran como es debido y de los que comulgan dignamente, y de esta manera se da mucha gloria a Dios trino y uno y al Verbo encarnado, por eso en ninguna cosa pondremos tanto empeño como en tributar a este sacramento y sacrificio el culto y honor debidos y en procurar que los demás le tributen el mismo honor y la misma reverencia, y esto procuraremos cumplirlo con el mayor esmero, en especial impidiendo, en cuanto esté de nuestra parte, que se cometa contra él la menor irreverencia, de palabra y obra, y enseñando con diligencia a los demás lo que deben creer acerca de este inefable misterio, y cómo deben venerarle (Reglas comunes de la Congregación de la Misión, X, 3).
El Padre Erminio Antonello, CM, comparte con nosotros la siguiente reflexión:
Mientras que el hombre trataba por todos los medios de exaltarse a sí mismo, tratando de ser « dios », Dios no tuvo miedo de hacer el camino inverso y hacerse hombre: no un hombre glorioso, sino un niño, desde el comienzo frágil y amenazado. San Vicente decía: « ¿Y no vemos también cómo el Padre eterno, al enviar a su Hijo a la tierra para que fuera la luz del mundo, no quiso sin embargo que apareciera más que como un niño pequeño, como uno de esos pobrecillos que vienen a pedir limosna a esta puerta? (SVP XI/3, 263). ¿Qué hay en los seres humanos para que Dios quiera inclinarse hacia ellos y cambiar su divinidad por la humanidad de la criatura? Hay el amor de un Padre. Hay su deseo de abrazar fuertemente a la humanidad. Él nos echa de menos, por así decirlo. Él quiere que renazcamos por su amor. Puede parecer extraño que Dios nos eche de menos a nosotros, sus criaturas, y sin embargo toda la historia de la salvación nos habla de su búsqueda de cada uno de nosotros. Es la intuición mística lo que conducirá a san Vicente a reconocer la encarnación continua de Dios en los Pobres. Él sintió en sí mismo la ternura de Dios, y, después de haberla vivido y experimentado, pudo derramarla sobre el más pequeño del Reino.
Vivir hoy el misterio de la Encarnación significa, entonces, reconocer la realidad de estar atravesado por este deseo de Dios (es decir, por su amor que nos busca, cuyo nombre es «Espíritu Santo») y confiar en Él: esto nos hace salir de la insignificancia de la vida. Cada uno siente esta necesidad básica, frustrada tan a menudo: « Que se me mire con benevolencia » Este deseo es una fuente de vitalidad psicológica. Cuando fracasa al encontrar miradas que desprecian y dicen: no vales nada para mí, eres un cero insignificante, entonces nuestros rostros se ensombrecen y la vida se nubla. Ahora bien, ¿cuál es la mirada de Dios sobre nosotros, esa mirada de la que da testimonio Jesús, el Hijo que se hizo hombre? Él mira a las personas con benevolencia y quiere establecer su morada en cada una de ellas. En esta actitud del Verbo encarnado que se acerca a la humanidad, lo que está en juego es la fuerza vital del encuentro amoroso y divino con Dios.
- ¿Cómo redescubrir hoy a Jesús Encarnado, a este Jesús que está vivo « AQUÍ Y AHORA » en mi propia vida?
- ¿Qué puedo hacer para que las diferentes fiestas y tiempos del año litúrgico que recuerdan la Encarnación de Dios hecho hombre: la Anunciación, el Adviento, la Navidad, sean celebradas de manera más personal y renovada en nuestras Comunidades, en el seno de toda la Familia vicenciana, con las personas con las que colaboramos y servimos, con el fin de ayudarnos a reconocer « el AQUÍ Y AHORA » de la Encarnación, de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros?
- ¿Qué iniciativas podemos sugerir y poner en marcha para que la presencia de Jesús « AQUÍ Y AHORA » se haga sentir aún más en nuestras Comunidades, en los lugares en los que servimos, en los pueblos, las ciudades, los países y en el mundo entero?
Entramos en el tiempo de Adviento, con la certeza de que no estamos solos. Jesús, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, nuestro Fundador, todos los Beatos y los Santos de la Familia vicenciana nos acompañan en el camino.
Mis pensamientos y oraciones van hacia cada cohermano individualmente, a cada seminarista, a todos en el Seminario Interno, y a los candidatos para la Congregación, al igual que a aquellos que están siendo llamados por Jesús a unirse a la Congregación de la Misión como futuros Hermanos Laicos o Sacerdotes. ¡Que el camino del Adviento nos aporte un profundo consuelo, alegría, ánimo, compromiso renovado, paz y celo! Que la Navidad y toda la Temporada Navideña una nuestros corazones y mentes con todos los cohermanos que han sido parte de la “Pequeña Compañía” desde su inicio, en los tiempos de San Vicente cuando reunió a sus primeros colaboradores, a través de la historia hasta nuestros días.
Juntos en oración ante el pesebre y entregándonos a la Providencia, esperamos con una gran confianza el año 2017, 400º aniversario de nuestro Carisma. Abiertos a los « signos de los tiempos », continuamos caminando juntos, pues « el amor es infinitamente inventivo » (SVP XI/3, 65).
¡Les deseo una feliz fiesta de Navidad y un buen año 2017!
Su hermano en San Vicente,
Tomaž Mavrič, CM Superior General
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