“Los echó a todos del templo…”
Ez 47, 1-2. 8-9.12; Sal 45, 2-9; I Cor 3, 9-11.16-17; Jn 2, 13-22.
Ahí lo tienes, en el Templo de Jerusalén. Éste era, para los judíos de su tiempo, el lugar sagrado por excelencia, su símbolo nacional, trinchera de su autonomía, lugar de oración y peregrinaciones, y hasta su propia banca. Y ahí aparece este campesino de Nazaret, llamado Jesús. “Y haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo… No conviertan en un mercado la casa e mi Padre”.
“Para mí –escribía Oscar Wilde desde la cárcel– hay algo increíble en la idea de que un joven campesino galileo se imagine capaz de llevarsobre sushombros el peso del mundo… No sólo se imaginó todo esto, sino que lo puso en práctica, de manera que ahora quien entra en contacto con su personalidad… hallará de algún modo que Cristo borra la fealdad de su pecado y revela cuánta belleza hay en el dolor”. ¿Por qué? Porque él es el nuevo y definitivo Templo de la misericordia. Por eso, hacer de él una mercancía, es mayor pecado que el de los antiguos judíos. Hacer de Jesús propiedad, ideología, tarima, negocio, ley, hegemonía y demás cantinelas, es forma eficaz de negarlo.
Cuando oigo que algún clérigo abusa, mercantiliza o vende su ministerio, sólo se me ocurre pedir por él y enviar unos correos a él, a su obispo y a su comunidad para que las cosas cambien. ¡Siempre es posible!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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