Conmemoración de todos los difuntos
Job 19, 1. 23-27; Sal 26, 1-14; Rom 5, 5-11; Jn 6, 37-40.
Mirad que es dulce la espera / cuando los signos son ciertos: / tened los ojos abiertos / y el corazón consolado / si Cristo ha resucitado / ¡resucitarán los muertos!
¿Dónde están nuestros difuntos? ¿Dónde mi madre querida o mi hermano Julio? ¿Dónde esas personas que fueron para ti consuelo, ayuda y amor gratuito? “Nos sentimos seguros en Dios por Cristo Jesús” nos dice la Carta a los Romanos. Y leemos en el evangelio: “La voluntad de mi Padre es que toda persona que cree en el Hijo, tenga vida eterna…”.
Hoy celebramos desde la pena de la separación, la alegría de la vida nueva de nuestros hermanos. Y oramos por ellos. La oración es la forma de seguir amándolos en Aquél que a todos nos une. Uno de los primeros escritores cristianos, el apologeta Arístides, escribía: “Si muere uno de los fieles, procuradles la salvación celebrando la eucaristía y orando cerca de sus restos mortales”. Y san Cirilo de Jerusalén, en el siglo IV declaraba: “Nosotros oramos por todos aquellos que se han dormido antes que nosotros, creyendo que hay en ello un muy grande provecho para las almas a favor de las cuales se ofrecen nuestras súplicas”. Nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra costumbre es la misma que la de estos primeros cristianos.
Madre nuestra, María, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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