Ef 4, 7. 11-16; Sal 121; Lc 13, 1-9.
“El viñador contestó: Señor, déjala un año más y mientras tanto cavaré alrededor y le echaré abono”
Si siembras una planta esperas que cuidándola, regándola y abonándola, se adapte al clima, crezca, madure, se multiplique y finalmente dé frutos. La vida de conversión es algo parecido a esto.
La vida de la gracia que Dios ha sembrado en nuestros corazones desde nuestro Bautismo necesita hacer este mismo proceso como la plantita.
Él nos planta en una familia en un ambiente donde nos vamos adaptando, nos regala dones, cualidades y talentos para que los desarrollemos, las experiencias y conocimientos de la vida nos permiten madurar y finalmente dar frutos abundantes.
Estamos hechos para dar vida, sin embargo, como aquella higuera del evangelio, quizás hemos perdido el sentido de para que fuimos creados, las experiencias y los conocimientos adquiridos van matando la confianza, las preocupaciones nos alejan de Dios y nuestros ambientes se vuelvan negativos. No lo permitamos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: Alicia Gamboa, H.C.
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