“Ya no puedo ocultarles el dolor que causan a mi corazón las noticias que he tenido de que dejan ustedes mucho que desear. […] ¿Dónde está el espíritu de fervor que las animaba en los comienzos de su establecimiento en Angers y que tanta estima les merecía por parte de sus señores directores, cuyas indicaciones eran órdenes que no dejaban nunca de cumplir con el respeto y el agrado que debían? […] Tienen que tener una gran unión entre ustedes que les hará tolerarse una a otra; es decir que no tendrán nada que objetar cuando se les adviertan sus faltas o se les mande hacer algo. Y, cuando vean algún defecto en una u otra, sabrán excusarlo. ¡Qué razonable es esto, puesto que nosotras cometemos las mismas faltas y necesitamos que también nos excusen! Si nuestra Hermana está triste o un poco malhumorada, si tiene prontos o es lenta, ¿qué quiere que haga si ese es su temperamento?, y aunque a menudo se esfuerce por vencerse, no puede impedir que sus inclinaciones salgan al exterior. Su Hermana, que debe amarla como a sí misma, ¿podrá enfadarse por ello, hablarle de mala manera, ponerle mala cara? ¡Ah, Hermanas mías! cómo hay que guardarse de todo esto y no dejar traslucir que se ha dado usted cuenta, no discutir con ella, sino más bien pensar que pronto, a su vez, necesitará que ella observe con usted la misma conducta. Y eso será, queridas Hermanas, ser verdaderas Hijas de la Caridad, ya que la señal de que un alma posee la caridad es, con todas las otras virtudes, la de soportarlo todo”.
Luisa de Marillac, carta a las Hermanas de Angers, del 26 de julio de 1644 (c. 115)
Reflexión:
- Angers era una ciudad con obispado, universidad y juzgado. Su posición cerca del mar, su red fluvial, su numerosa población y su tierra fértil, eran la envidia de otras ciudades. El hospital era un desbarajuste. Mejoró cuando se cambió de gobernanta, ayudada por voluntarias que se llamaban «hermanas sirvientes de los pobres enfermos, con un espíritu de humildad, mansedumbre y Caridad». Pero, al morir esta gobernanta, todo se desmoronó. La Señora Goussault pidió a san Vicente que enviara Hijas de la Caridad. Cuando llegaron en 1640 «había alrededor de 30 o 40 enfermos, hombres y mujeres. Los pobres de la ciudad no querían ir al hospital, y si se veían obligados a ir, procuraban llevarse camisones propios». La fundación parecía una aventura: era la primera vez que las Hijas de la Caridad se hacían cargo de un hospital y sin que estuvieran a su lado las Señoras de la Caridad (AIC); a más de 200 km. de París. Pero fue un éxito. La gente decía que todo había mejorado, y los administradores temieron que las Hermanas se hicieran las dueñas. Y empezaron a criticarlas y a murmurar de ellas. Enterada santa Luisa escribió la carta anterior.
- También hoy día nos quejamos sin motivo de infinidad de cosas en comunidad, murmuramos de las Hermanas, de la familia, criticamos con los amigos, no se aguantan los esposos, no se respetan padres e hijos ni las Hermanas entre ellas. Suele ponerse como disculpa la familiaridad y la confianza, pero en favor de uno.
- Se necesita respeto, comprensión y tolerancia. Respetarse los esposos, los padres, los hijos, los amigos y las Hermanas de comunidad, para que cada uno sea lo que es y lo que quiere ser, sin dañar a nadie. Comprenderlos y tolerar sus fallos y sus defectos, valorando lo que tienen de positivo, siempre superior a lo negativo.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Comprendes a las personas que te rodean, las respetas y las toleras tal como son?
- ¿Sabes dominar tu amor propio, que, como decía santa Luisa, suele convertirse en una mala pieza?
- ¿Aceptas a las personas simpáticas y también a las que ves como antipáticas?
- Si te preguntaras por los valores de las personas con las que te relacionas, ¿sabrías enumerarlos?
Benito Martínez, C.M.
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