Ayer examinamos la primera de las «tres tomas» sobre la idea de Vicente como «místico de la caridad». Hoy reflexionaremos sobre la segunda. ¿No tienes a mano la carta del Superior General? Pincha aquí para acceder a muchas versiones, o pincha sobre la siguiente imagen para acceder al recientemente publicado eBook en múltiples idiomas. ¿Ya lo tienes? Bien, comencemos. Toma dos, por el P. Robert Maloney, C.M.
Maloney dice:
Cuando hablamos de los místicos, pensamos habitualmente en personas que viven experiencias religiosas extraordinarias. Su búsqueda de Dios pasa de una búsqueda activa a una presencia pasiva. Ellos oran, como dice san Pablo a la Iglesia de Roma (8, 26), “con gemidos indecibles”. Los místicos tienen momentos de éxtasis cuando están completamente perdidos en Dios, “¿es en su cuerpo, es fuera de su cuerpo? Yo no lo sé”, como cuenta San Pablo su experiencia en 2ª Corintios 12, 3. A veces, tienen visiones y reciben revelaciones privadas. Tratan, con dificultad, de describir a los otros sus momentos de luz intensa y de oscuridad dolorosa. San Vicente estaba familiarizado con los escritos de místicos como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. Aunque generalmente prudente con respecto a los fenómenos espirituales extraños, él admiraba a Madame Acarie, una de las místicas destacadas de su época, que vivió en París durante los primeros años de Vicente en esta ciudad.
El misticismo de Vicente era completamente diferente. Él encontraba a Dios en las personas y en los acontecimientos. Sus “visiones” eran profundamente cristológicas. Él vio a Cristo bajo los rasgos de los pobres. Utilizando una expresión de la tradición jesuítica que se ha hecho muy popular en los documentos vicencianos, era un “contemplativo en la acción”. Cristo le condujo a los pobres y los pobres le condujeron a Cristo. Cuando hablaba de los pobres y cuando hablaba de Cristo, sus palabras eran a menudo extáticas. Decía a sus padres y a sus hermanos: “si se le pregunta a nuestro Señor: “¿Qué es lo que has venido a hacer en la tierra?” — “A asistir a los pobres”. — “¿A algo más?” — “A asistir a los pobres”, etc. En su compañía no tenía más que a pobres y se detenía poco en las ciudades, conversando casi siempre con los aldeanos, e instruyéndolos. ¿No nos sentiremos felices nosotros por estar en la Misión con el mismo fin que comprometió a Dios a hacerse hombre? Y si se le preguntase a un misionero, ¿no sería para él un gran honor decir como nuestro Señor: Misit me evangelizare pauperibus?” (SVP XI/3, 34). Cuando hablaba de Cristo, a veces estaba casi en éxtasis. En 1655, él exclamó: “Pidámosle a Dios que dé a la Compañía ese espíritu, ese corazón, ese corazón que nos hace ir a cualquier parte, ese corazón del Hijo de Dios, el corazón de nuestro Señor, que nos dispone a ir como él habría ido… nos envía a nosotros como a ellos, para llevar a todas partes su fuego, ese fuego divino, ese fuego de amor…” (XI/3, 190).
Para Vicente, las dimensiones horizontales y verticales de la espiritualidad eran ambas indispensables. Él consideraba que el amor a Cristo y el amor a los pobres eran inseparables. Exhortaba continuamente a sus discípulos no solamente a actuar, sino también a rezar, y no solamente a rezar, sino también a actuar. Frente a una objeción de sus discípulos: “Pero, padre, hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes; ¿habrá que dejarlo todo para no pensar más que en Dios?” Y él respondía con fuerza: “No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios, y hacerlas más por encontrarle a él allí que por verlas hechas. Nuestro Señor quiere que ante todo busquemos su gloria, su reino, su justicia, y para eso que insistamos sobre todo en la vida interior, en la fe, la confianza, el amor, los ejercicios de religión, la oración, la confusión, las humillaciones, los trabajos y las penas, con vistas a Dios, nuestro señor soberano; que le presentemos continuas oblaciones de servicio y de anhelos por ganar reinos para su bondad, gracias para su Iglesia y virtudes para la compañía. Si por fin nos asentamos firmemente en la búsqueda de la gloria de Dios, podemos estar seguros de que lo demás vendrá después” (SVP XI/3, 430).
En una obra revolucionaria de 11 volúmenes, escrita hace casi un siglo, Henri Brémond describía la época de san Vicente como una era de “conquista mística”. Como conclusión de un elocuente capítulo sobre Vicente, escribía: “El más grande de nuestros hombres de acción, nos lo ha dado el misticismo” (Historia literaria del sentimiento religioso en Francia, III – la conquista mística (Paris, 1921, p. 257).
Reflexión y reto:
Te invitamos a reflexionar con estas preguntas sobre esta segunda (de tres) visiones sobre nuestro místico de la caridad:
1. ¿Encuentras a Dios «en las personas y eventos» que te rodean? 2. ¿Oras y actúas, y actúas y oras? 3. ¿Reservas un tiempo a la reflexión antes, durante y después de los proyectos, para «encontrarle a Él en ellos más que buscar verlos hechos»?
Ora y reflexiona. Mañana, la tercera y última contribución sobre este énfasis especial del P. Tomaž Mavrič.
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