Jesús nos enseña la creativa y sabia búsqueda sobre todo del reino de Dios y su justicia.
Indudablemente, los hijos de este mundo con mucha astucia y de manera muy creativa buscan el poder y la gloria de todos los reinos del mundo. Para verificarlo, solo necesita uno considerar las denuncias de Amós.
Los opresores compran por dinero al pobre, quizás patentemente, y al mísero por un par de sandalias. Pero no les falta seguramente la imaginación creativa de los engañadores. Es por eso que, para encumbrir sus maldades, venden trigo, pero mezclado con el salvado del trigo, y se sirven de precios, si bien ridículos y artificiales, y de medidas y balanzas, aunque falsas.
O quizás nos ayudará más si señalamos al caso del banco Wells Fargo. Para acrecentar sus ingresos, abrió éste cuentas bancarias para sus clientes sin la autorización de ellos.
Y, ¿qué se puede decir de los promotores inmobiliarios que pagan pocos o nada de impuestos, ya que su mente creativa les insta a aprovecharse de las lagunas jurídicas existentes? Hay que admitir que no están al mismo nivel que aquellos que se enriquecen sirviéndose ilegalmente de la mano de obra barata. Y, claro, peor aún es el estafador quien, además de no pagar debidamente a los trabajadores, los amenaza de deportación a los indocumentados entre ellos.
No faltan, desde luego, cristianos a los cuales no es aplicable la observación: «Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz».
Esos cristianos comprenden que los bienes son medios, para otra cosa más importante, como dice san Vicente de Paúl (SV.ES XI:141, 151). Por tanto, son generosos con sus posesiones. En lugar de servir al dinero, se sirven de él para que se les reciba a ellos en las moradas eternas. Para ellos, las posesiones son insignificantes, comparadas con el reino que el Padre les da. Las venden, entonces, y dan limosna. Son de fiar en lo menudo y en lo importante.
Reconocen además que para realizar obras divinas, han de usar los medios que Dios ha revelado por Jesús (cf. SV.ES II:325; SV.ES III:170). Por eso, no aspiran al trono magnífico de poder. No claman: «¡Mi cuarto, mis libros, mi misa!» (SV.ES XI:120. Son misioneros pobres que pasan haciendo el bien y oran por todos.
Sí, son muchos los discípulos quienes tienen más interés en extender el reino de Dios que sus posesiones (SV.ES III:488-489). Y las preguntas que ahora se nos plantean son: ¿Nos contamos entre ellos? ¿Acaso no soy como el administrador que, tardando en llegar su amo, se abusa de sus subordinados, come, bebe y se emborracha? Cuando vuelva el Señor, ¿en vela nos encontrará, para que luego nos haga él sentar a la mesa y nos sirva?
Señor Jesús, que no nos resulte gravoso todo ni hagamos las cosas a medias (SV.ES XI:151).
18 de septiembre de 2016
25º Domingo de T.O. (C)
Am 8, 4-7; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13
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