He estado de vacaciones durante las últimas dos semanas. Me siento afortunado de que fuera durante las dos semanas de los Juegos Olímpicos. Durante la primera semana estuve con mis dos hermanas y la familia de mi hermano en Northboro, MA. Pasábamos la mayor parte del día en la piscina y veíamos los Juegos por la noche. Mis hermanas prefieren la natación y la gimnasia al atletismo, así que la cosa funcionó de maravilla en estos primeros días. Durante la segunda semana, estuva en Cape May, Nueva Jersey, en la comunidad de la Congregación de la Misión, con mis cohermanos. Una vez más, estos días me ofrecieron ratos agradables al sol, y por las tardes los Juegos. Pero ahora, yo (y tal vez la mayoría de los cohermanos) preferimos el atletismo.
Para mí, el elemento más gratificante de estos días reside en el hecho de que los juegos nos hicieron olvidar un poco la política. Sin los Juegos Olímpicos, hubiera gastado más tiempo en conversaciones sobre los candidatos y sus presentaciones. Encuentro infructuosas este tipo de discusiones, ya que casi nunca se centran en asuntos importantes. Algunas personalidades, con demasiada facilidad y frecuencia, asoman sus feas cabezas a la refriega. Sé que no estoy diciendo nada nuevo.
Cuando estaba haciendo Secundaria en el Seminario de San José en Princeton, una de nuestras disciplinas versaba en la práctica de «grandes discursos», con el fin de mejorar nuestra dicción y nuestra apreciación de una buena retórica. Uno de estos discursos fue sobre la «Cruz de Oro» de William Jennings Bryant, entregada en la Convención Nacional Demócrata, en Chicago el 9 de julio de 1896. En ese momento, la moneda de los Estados Unidos se basa en el estándar de oro y Bryant, con sus partidarios, defendieron el «bimetalismo» (oro y plata) como estándar. Este brillante discurso lo propulsó al primer lugar como candidato demócrata a la presidencia. No importa en dónde uno se posiciona en los temas, este discurso obliga y educa.
En 1994, los debates entre Abraham Lincoln y Stephen A. Douglas fueron representados y transmitidos en vivo por C-Span. Se pueden encontrar fácilmente hoy en día en Internet. Estos hombres eran candidatos a senador por Illinois y se encontraron siete veces (en 1858) para debatir una cuestión altamente controvertida de su tiempo: el estatus legal de la esclavitud como institución. Cada debate duró alrededor de tres horas, con una presentación inicial de 60 minutos por un hombre, y luego una respuesta de 90 minutos por el otro, seguida de una conclusión de 30 minutos del primer orador. ¡Es difícil imaginar un debate de fondo, de esa longitud, hoy en día! Según la historia, los periódicos enviaron taquígrafos para escribir todo el procedimiento. A continuación, los medios que apoyaban a Lincoln limpiaban su discurso y dejaban el de Douglas sin corregir. Y viceversa en los medios que apoyaron Douglas. Gratifica al oyente el escuchar online algunos extractos de estas presentaciones. Estos hombres podían hablar y razonar. Los debates empujaron a Lincoln a la escena nacional, con su elección como Presidente en 1861.
En los Juegos Olímpicos, el mundo muestra a sus mejores atletas. El hombre o la mujer que termina segundo, o décimo, o centésimo, está aún muy por encima de cualquier común mortal. ¿Por qué no puede ocurrir lo mismo en la política y el liderazgo civil?
Lamento que los Juegos Olímpicos hayan concluído. Me inspira y sorprende el ver a seres humanos realizando los más altos esfuerzos físicos. Anhelo ver que los hombres y las mujeres actúan en los más altos niveles espirituales y morales y de justicia social.
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