«Si se quiere provocar un impacto positivo en la salud materna e infantil en el mundo, en comunidades realmente vulnerables, la mejor esperanza nos viene de parte de las hermanas», dijo Tim Bilodeau, ex director ejecutivo de Medicamentos para la Humanidad.
Global Sisters Report cuenta esta historia que, en este caso, destaca a las Hijas de la Caridad de la República Dominicana.
Siete personas atestaban la ambulancia en Quisqueya (República Dominicana), a unas 60 millas al este de Santo Domingo. Dos Hijas de la Caridad, un médico, dos enfermeras, un coordinador de programa, y un conductor —todos dedicados a proporcionar atención médica en el empobrecido batey [zona ocupada por viviendas y otras edificaciones en las azucareras del Caribe, n. del T.] de las inmediaciones, un pequeño pueblo de chabolas donde viven mayoritariamente cortadores de azúcar.
«Yo trabajaba en una clínica infantil en las inmediaciones, y los niños de estos bateyes iban allí», dijo Concepción Rivera, hija de la Caridad del equipo de Quisqueya. «Y pensé que algunos de estos problemas podrían ser tratados en el batey, que no había necesidad de tener que hasta la clínica de la ciudad para esta atención primaria, que no requiere una especialidad.»
Gran cantidad de veces morían en el lugar [en los bateyes] porque no tenían suficiente dinero para ir a la clínica, ni los recursos en la zona para curarse de enfermedades tratables, ni siquiera la conciencia de que necesitaban tratamiento».
Rivera comentó que, cuando comenzó a trabajar con «Medicamentos para la Humanidad» hace 10 años (el programa fue fundado en 1967), vio constantemente casos de diarrea, infecciones respiratorias, abortos involuntarios, mujeres embarazadas que morían, problemas dermatológicos y desnutrición.
Comenzaron con un programa de nutrición dirigido a niños menores de seis años, con la asistencia de sus padres para asegurarse de que los niños entienden cuánto y qué tipo de alimentos deben comer. Dado que el programa de nutrición se inició en 2010, el número de niños desnutridos en los bateyes que ella visita han pasado de 502 a solo 15.
En el vacía edificio de una habitación, donde el equipo Quisqueya estableció una clínica, mayoritariamente madres adolescentes esperaban su turno para un examen físico rutinario, llevando a sus niños pequeños o bebés en el regazo. Mientras sor Anney Taffur, Hija de la Caridad y enfermera de profesión, se encargaba de los exámenes de salud, acompañada por el promotor de salud y asistentes, Rivera entretenía al gran grupo de niños afuera, con lecciones básicas de salud que, ese día, se centró en el virus Zika.
«Una de las historias que tengo clavada en mi mente sobre la hermana Concepción es de cuando tuvimos una gran reunión en una iglesia [en Quisqueya, en 2013]», dijo Bilodeau. «Yo estaba sentado en la parte de atrás, y ella vino corriendo y me dijo que quería que supiera que ningún niño había muerto durante ese año a causa de enfermedades prevenibles. Esto me alegró para toda la jornada».
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