Jr 31, 1-7. 10-13; Mt 15, 21-28.
¡Ten compasión de mí, Señor!
Al acercarse a Jesús, esta mujer estaba cometiendo un acto impropio para la gente de su época. En el mundo antiguo, como en las culturas islámicas de hoy, se le prohibía a la mujer hablar en público con un hombre. Sólo las prostitutas abordaban en público a los hombres. La condición de extranjera de esta mujer añadía una nueva dificultad a este encuentro.
El texto la identifica como una mujer “cananea”, es decir, fenicia o libanesa, pagana. ¡Ten compasión de mí, Señor! Sin duda era una mujer con profunda necesidad de Dios, igual que nosotros ¡Cuántas angustias y necesidades experimentamos en la vida! El grito de la mujer extranjera es también nuestro grito, es el grito del alma a un Dios que muchas veces permanece callado como Jesús ante el reclamo de esta mujer.
Los discípulos escuchaban su grito, pero sus oídos estaban sordos ante el dolor de la mujer, por eso le pidieron a Jesús que la despidiera. Pero ella sigue pidiendo. No se cansa. Y se postra ante Jesús… Y, después de un diálogo sorprendente, Jesús le da lo que le pedía, no sólo las migajas que caen de la mesa, ¡la sienta en el banquete de los hijos!..
¿He buscado a Dios con toda la sinceridad de mi corazón, con humildad y perseverancia? ¿He marginado o despreciado a alguien por su color, raza o religión?.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: Yolanda Elvira Guzmán, H.C.
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