Confianza inquebrantable y sin reservas

por | Ago 3, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

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Jesús nos asegura que Dios tiene confianza en nosotros.  Confiamos porque Dios confía en nosotros primero.

Mejor que ningún otro profeta, encarna Jesús la invitación divina a que tengamos confianza.  Es que las palabras del Maestro explican en términos sencillos que Dios es el Padre celestial que ama muchísimo a todos sus hijos.

Y las obras de misericordia de Jesús, junto con su actitud comprensiva, solidaria, atenta y acogedora, confirman además que Dios es, de verdad, un Padre muy bueno.  Afirma san Vicente de Paúl en una declaracion:  «¡Dios mío, Dios mío! ¡Cuánta tiene que ser tu suavidad, si fue tan grande la de tu siervo Francisco de Sales!» (SV.ES X:92).  Con razón, pues, se puede suponer que se convencen las gentes de la bondad del Padre celestial al presenciar ellas la bondad de Jesús.

Para la gente sencilla, es incontrovertible el testimonio que da Jesús del Padre.  Lo cuestionan, por eso, solo los letrados que descuidan lo más importante de la ley:  la justicia, la misercordia y la lealtad.  Son cancerberos que cierran a la gente el reino de Dios.  Ni entran ellos ni dejan entrar a los demás.  Esos sabios ponen cargas pesadas sobre los hombros de los hombres.  Así que se oponen a Jesús que nos ofrece su yugo llevadero y su carga ligera.  Quizás no confían en nadie, porque desconfían de sí mismos de manera insalubre.

Nuestro Padre celestial, en cambio, confía en nosotros, sus hijos pequeños.  De lo contrario, no nos habría dado el reino ni nos habría revelado cosa tan importante como la manera de asegurarnos el cielo.

Confianza saca confianza.

Al pequeño rebaño le indica cariñosamente Jesús la importancia de la confianza.  No sea que confiemos en Dios, los pusilánimes y pequeños no superaremos nuestros temores.  Ni nos atreveremos a practicar ni la generosidad ni la solidaridad en los peligros y en los bienes.  Y sin éstas, quedaremos privados del tesoro inagotable, imperdible e indestructible.

Si no confíamos en Dios, probablemente de mal humor esperaremos al amo que tarda en llegar.  Quizás dejaremos de velar del todo.

Sin confiar en Dios y sin tener a nadie a quien esperar, correremos el riesgo de ensimismarnos.  Nos  convertiremos en narcisistas, propensos al hedonismo, al abuso verbal y al acoso.

Por otra parte, confiar, a imitación de Jesús, es asegurarnos la vida mediante la comunión con él.  Él entrega el cuerpo y derrama la sangre.  Confiadamente se abandona a la voluntad divina, cierto de que Dios tiene el poder de resucitar hasta a los muertos.

Si así es nuestra confianza, devolveremos debidamente confianza por confianza.

Señor Jesús, enséñanos a confiar en Dios y a promover la confianza auténtica en nuestras comunidades.

7 de agosto de 2016
19º Domingo de T.O. (C)
Sab 18, 6-9; Heb 11, 1-2. 8-19; Lc 12, 32-48

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