Jer 26, 11-16. 24; Sal 68, 15-34; Mt 14, 1-12.
Una de las obras de misericordia es dar buen consejo a quien lo necesita. Ese consejo –según los casos– puede ser en forma de amistoso diálogo o en forma de aviso. Otras veces –especialmente ante los poderosos– puede adoptar la forma de denuncia. Y nace del amor a los demás, del deseo de su salvación. Así lo hizo Juan Bautista ante su rey Herodes: “No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano Filipo”.
Ésta mujer se llamaba Herodías y no le hacía ninguna gracia que Juan se metiera en su vida. ¿No somos adultos? ¿No nos amamos? Vete al desierto con tus habladurías morales… Y aprovechó la fiesta y la emoción de Herodes ante el baile de su hija para pedirle, por su medio, la cabeza de Juan Bautista. En el piso de arriba, entre música, baile y exquisitas comidas, se decide la suerte del pobre. Y la cabeza de Juan bautista fue rebanada aquel día.
En la hermosa sala de juntas de Accionistas del gran Laboratorio Farmacéutico decidieron los altísimos precios de los medicamentos. Y miles y miles de gentes se arruinaron o perdieron su salud y su vida por no poder comprarlos. Todo muy legal, igual que los grandes latrocinios.
¡Danos, Señor, no cerrar los ojos ni hacernos cómplices de éstos que, entre copas y “comidas de trabajo”, deciden la suerte de los pobres!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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